domingo, 26 de junio de 2022

Se acabó el pan de piquito

 


Se acabó el pan de piquito


El léxico de los cubanos está lleno de frases que se transmiten de generación en generación, un tema que abordamos repetidamente y que parece no tener fin, por el arraigo tremendo que tiene en la sociedad cubana. Estas frases van cambiando con el tiempo y se adaptan a las nuevas circunstancias, destacando que tienen diferentes significados en diferentes partes del país y las empleamos aunque algunas veces o muchas, no conocemos de dónde proceden. Indagar en ello nos permite acercarnos a nuestra historia de una forma más interesante y atractiva.


Debido a que en un restaurante me sirvieron un pan que me recordó uno que era mi preferido cuando niño, en aquella época en que en todos los barrios había varias panaderías y todas competían por ofrecer productos de más calidad y mayor variedad.  Recuerdo perfectamente que desde una cuadra antes, cuando iba a buscar el pan para la comida, sentía el intenso olor de los panes recién horneados y la boca se me hacía agua.


Esa panadería, a tres cuadras de mi casa, hacía un tipo de pan al que se le llamaba "pan polaco" y era un pan pequeño que terminaba en dos puntas y en la parte superior.  Y por supuesto que estaban los panes de flauta, el pan de manteca, el trenzado, las galletas panaderas, los palitroques, los coscorrones, los bonetes, los panes de gloria y muchos otros productos, pero el preferido en mi casa era el pan polaco o pan de piquitos. 


Cuando regresaba a la casa con el pan para toda la familia (un pan que siempre estaba fresco porque al sacarlo del horno se ponía en canastas y al entregarlo lo envolvían en una especie de papel de china para que conservara su textura, mi abuela, sabiendo que ese era un momento esperado por mí, acudía a una de las frases más usadas: "te pusiste las botas".


Ese refrán se remonta a cuando se recibe algo esperado o no, pero que te resulta muy agradable o te resuelve un problema, entonces era adecuado decir que te pusiste las botas. Esta frase surge cuando las botas, un calzado exclusivo de las personas pudientes, podían adquirirlo y así verse resguardados del frío y cómo para ello había que tener una posición económica alta, pues "ponerse las botas" se asoció a poder disfrutar de cosas que uno apetece y que no están al alcance de todos o lograr algo que muchos ansían.


Por eso para mí volver con los panes de piquito o panes polacos era "ponerme las botas", porque siempre me comía más de uno. Entonces no se concebía sentarse a la mesa a almorzar o a comer o cenar sin que hubiera pan.


Y era afortunado porque el que "Cortaba el bacalao" siempre me permitía comer todos los panes de piquito que quisiera.  Esa frase, muy antigua también, se refería a la persona que mandaba o estaba al frente de un grupo o familia.  Como en las colonias españolas el bacalao salado era, junto con el tasajo, una de las productos más empleados para la alimentación, se hizo popular el símil de que el capataz encargado de alimentar a los esclavos era el que "cortaba el bacalao" y decidía a quién dar los trozos mayores o los más pequeños.


Y por supuesto que una de las frases más empleadas tenía que estar relacionada con el pan.


Se acabó el pan de piquito


"Se acabó el pan de piquito" era una frase de uso muy común en Cuba, pero indagando sobre sus orígenes, resulta que ahora se lo atribuyen varios países: los boricuas que surgió debido a un vendedor de pan de Caguas, los venezolanos que allí tuvo origen y que es cuando un acontecimiento rompe la rutina, pero lo cierto es que en la Cuba del siglo XX ya era muy corriente y todos recurrían a ella cuando la ocasión lo ameritase.


Ciertamente no sé a cuál pan de piquito se refiere la frase, pero asumo que es uno similar a ese que yo compraba en la panadería de al doblar de mi casa y que iba a buscar asiduamente más o menos a la hora en que salía del horno.  Le decían pan polaco, era un pan pequeño, con dos puntas, una franja durita como un pequeño palitroque en la corteza y un sabor delicioso, esponjoso por dentro y crujiente por fuera era de esos panes que se pueden comer solo y los disfrutas tremendamente.  No volví a ver un pan igual hasta que conocí el bolillo mexicano, muy parecido pero no igual.


Según cronistas de la época, el Pan de Piquito era adictivo y doy fe de ello. Mientras que de lunes a viernes desayunaba con una lata grande de galletas Gilda o El Gozo las que rompía dentro del café con leche, los sábados y domingos, cuando se podía desayunar con más tranquilidad, iba a la panadería a buscar el pan de piquito recién salido del horno y además llevaba pan de gloria o coffee cake.  No creo que haya otros momentos que recuerde con más deleite que aquellos desayunos donde el vaso grande y grueso donde se tomaba el café con leche se rebosaba con los panes de piquito con mantequilla y después los coffee cakes cubanos, que no los he vuelto a comer iguales.


Por supuesto que con la llegada del gobierno revolucionario, se acabó el pan de piquito, y no solo física y literalmente el pan de piquito, sino que la frase pudo ejemplificar todo su poder abarcador.


Se acabó el pan de piquito en toda su extensión


En Cuba verdaderamente se puede aplicar la frase de que se acabó el pan de piquito, porque tantas variedades de pan cubano, ahora no quedan más unas pocas y hechas con ingredientes de mala calidad.  Junto con el pan de piquito se fue el pan de agua, el pan de manteca, el pan de gloria, los coscorrones, los palitroques y las galletas panaderas.  Y si por casualidad las hay no tienen la calidad ni el sabor de entonces.


Pero no solo al pan se le puede aplicar la frase.


A los cubanos se les acabó el pan de piquito en casi todas las esferas de la vida.  


Se les acabó el pan de piquito en sus ambiciones de vivir una vida mejor, en poder decidir su propio destino, en emprender un negocio, en escoger qué leer, qué música escuchar, qué película ver, en expresar sus ideas, en irse del país o en cualquiera otra situación que una persona libre puede escoger.   Cuando el gobierno castrista llegó al poder se hizo famosa una canción que decía: "Llegó el comandante y mandó a parar".  Realmente se puede analogar con "se acabó el pan de piquito", porque todo lo bueno se acabó con el nuevo gobierno, un régimen impuesto a tiros y que fue coartando todas las libertades poco a poco.


Después se acabó el pan de piquito para todos los que tenían una pequeña empresa, para el deporte profesional, el de verdadera calidad competitiva, para los librepensadores, para los escritores, artistas, profesionales y para todas las personas, los que tuvieron que conformarse con ser empleados de un solo empleador y encauzar sus profesiones dentro de las regulaciones, normas y dogmas que les impuso el gobierno socialista.


Hay otros que dicen que a los feos y las feas se les acabará el pan de piquito cuando quiten la obligatoriedad del uso de máscaras debido a la pandemia de COVID 19. Pero esa es otra de las tantas formas que tiene el cubano de evadir su propia realidad, porque ha estado obligado a usar una máscara o una doble cara desde hace sesenta años como forma de sobrevivir.


En todas partes a los cubanos se nos ha acabado el pan de piquito


Los cubanos no hemos estado a la altura de Martí.  El Apóstol se ha convertido en algo que siempre está presente pero es como si no estuviera, Martí es solo un objeto de concreto o yeso que no nos recuerda lo que debemos hacer, sino que hace aflorar nuestra universal hipocresía de demostrar lo que no sentimos y a lo que nos hemos acostumbrado.  Nuestro patriotismo no puede basarse en el odio hacia el "imperialismo", acerca de lo cual Martí, a pesar de lo que nos han sembrado, nunca fue antinorteamericano y ese país, Estados Unidos, fue donde más tiempo de su vida vivió.  Martí murió definitivamente no cuando cayó en Dos Ríos, sino cuando lo convirtieron en un falso mito comunista y lo señalaron como autor intelectual de lo peor que nos ha ocurrido a los cubanos.  Con la muerte de Martí, se acabó el pan de piquitos moral para los cubanos.


Y a los cubanos se nos acabó físicamente no solo el pan de piquito y la mantequilla, también la democracia y la libertad de decidir el futuro.  Tras seis décadas de haberse acabado el pan de piquito ahora en Cuba se ha acabado también el pan.

                                  El pan cubano de Miami


Algunos dirán que ello no importa mucho porque el pan más malo del mundo probablemente sea el que se produce en Cuba ahora, más bien se parece al pan que se consumía en Europa durante la Segunda Guerra Mundial.  El pan no racionado, que esté cada vez más escaso, tampoco es para decir que se destaca por ser de muy buena calidad, pero es mejor que el de la libreta pero su costo es prohibitivo para la mayoría de los cubanos.


Y es que de eso se trata; porque mientras el "pan de piquito" que consume la cúpula gobernante no le llega a los cubanos y el pueblo es obligado a pasar por todas todas las carencias habidas y por haber y no solo materiales.  


Cuba va como el cangrejo, yendo hacia atrás hasta caer al vacío, porque el pan de piquito ya se les acabó.


Pero a pesar de que los cubanos no nos ponemos de acuerdo y en lugar de combatir al enemigo común nos atacamos entre nosotros, inevitablemente llegará el día en que también a los que han ensombrecido a nuestra patria se les acabará el pan de piquito.  Y espero que sea para siempre.




miércoles, 8 de junio de 2022

Se sacó la lotería sin billetes

 


Se sacó la lotería sin billetes


La lotería es algo de lo que muy a menudo se hablaba durante mi niñez y juventud.  Un tío jugaba desesperadamente todos los sábados por la tarde iba a mi casa a escuchar por la televisión el sorteo, donde veía y escuchaba con mucha atención  los niños huérfanos de la casa de beneficencia cantar:


97855 ¡Cien pesos!


14002 ¡Cien pesos!


41842 ¡Cien pesos!


00207 ¡Cien pesos!


hasta que llegaba el momento más esperado:


11724 ¡Premiado en Cien Mil pesos!


11724 ¡Premiado en Cien Mil pesos!


11724 ¡Premiado en Cien Mil pesos!


Después de escuchar tres veces el premio gordo, mi tío, como siempre, se iba rezongando y maldiciendo porque no se había sacado nada y había perdido los cincuenta centavos de los dos boletos que había comprado.


La posibilidad de hacerse rico invirtiendo una pequeña cantidad de dinero atrae a todos, pero las probabilidades de obtener ese premio son tan remotas que más vale la pena guardar ese dinero y probablemente con el paso de los años habremos acumulado una pequeña fortuna de forma real y no dependiendo del azar.


Yo personalmente, seguí los consejos de mi padre y jamás me gasté un centavo en juegos de azar, así de que a pesar de que conocía a muchos billeteros (así se le llamaban a los vendedores de billetes de lotería) nunca les compré ninguno.  Es más, trabajé directamente con el zar de las billeterías habaneras, Adolfo Cacheiro.  Probablemente no había nadie en La Habana que no conociera sus billeterías El Gato Negro, la que revendía billetes a los vendedores callejeros en grandes cantidades, y en las que compraba muchísima gente porque allí habían vendido muchos números premiados.  Su gran venta le permitió expandir sus negocios, un próspero restaurante llamado Café Europa ubicado en Obispo y Aguiar, lugar muy céntrico, cercano a las oficinas de la Western Union, y a los más fuertes bancos de la Cuba de entonces, el Banco de los Colonos, The Royal Bank of Canada, First National Bank of Boston, Banco Hispano Cubano, Trust Company of Cuba, Banco Godoy Sayán, Banco Gelats, The First National City Bank of New York, Chase Manhattan Bank, Bank of Nova Scotia,; compañías de Seguro como Siboney, Interamericana de Seguros, La Cubana, La Mercantil, Richmond Insurance Co., Sociedad Panamericana de Seguros, Trust Insurance Agency, Galban Lobo Trading Co. S.A.; y muchas otras oficinas como la Western Union, el Ten Cents de Obispo y muchísimos otros negocios que hacían que fuera muy exitoso. 


También se hizo propietario de grandes extensiones de tierra y en particular de uno de singular belleza natural: las llamadas Escaleras de Jaruco, con una cueva natural de excepcional belleza turística, Las Cuevas del Cura y después decide junto con el hijo del dueño de la Librería Juan Cebrián donde yo trabajaba, emprender el reto de crear una nueva librería en la calle donde más librerías había, Obispo y a la que llamó El Gato de Papel y que fue todo un éxito y que estaba al lado de uno de sus puntos de venta de billetes de lotería.


Después llegó la revolución y primero reformaron la Renta de la Lotería Nacional, convirtiéndola en el Instituto Nacional de Ahorro y Viviendas, que iba a resolver el problema de la vivienda en Cuba.  Ese fue el primero de los tantos proyectos fallidos de Fidel Castro, aunque resolvió algunos problemas pero no en la medida que se necesitaba.


No obstante, si valoramos lo construido por el INAV, dirigido por Pastorita Nuñez una guerrillera de mucho carácter, lo que se construyó fue de lo mejor que se ha hecho durante los sesenta años de gobierno revolucionario.  Hasta ahí y porque todavía quedaban los efluvios de un sistema que funcionaba: el capitalismo.


Historia de la Lotería


Como todo lo que tiene que ver con el dinero, se le atribuye a los judíos la invención de un mecanismo que permití hacerse rico con un golpe de fortuna y esto viene afirmado así en vrios libros de la Biblia, donde el destino del pueblo elegido (los judíos) queda en manos de una lotería, la cual se consideraba una suerte en la que la intervención de Dios era decisiva.


Pero fue en Roma (siempre Roma y cuando no Grecia) que se dice que existía una lotería que repartía premios y trofeos durante las fiestas Saturnales.   Las Saturnales eran las más importantes fiestas romanas que se celebraban a finales de cadas año en honor a Saturno, Dios de la agricultura y comenzaban con un sacrificio en el Templo de Saturno, seguido por banquetes y festejos desenfrenados durante una semana donde se relajaban todas las normas sociales.  El papa Julio I hizo que las Saturnalias coincidieran con el nacimiento de Jesús de Nazaret para acabar con la tradición y que ellas pasaran a ser asimiladas como la fiesta cristiana de la Navidad y de Año Nuevo, aprovechando que el solsticio de invierno ocurría en esas fechas.


La lotería de las Saturnales después se extendió a casi todas las esferas de la vida, las que fueron decididas por juegos de azar y hasta una lotería del amor hubo y el azar decidía la vida de las personas, con el futuro dependiendo de la buena o mala suerte.


Estos juegos de azar fueron derivando en rifas, donde los comerciantes venecianos salían de lotes de mercancías lentas por rifas por un precio muy bajo. La lotería moderna, que comenzó siendo un juego. Deriva del francés “loto”. Parece que fue introducida en Francia en 1525 por los soldados de Francisco I provenientes de Italia.


Estos soldados, la habrían conocido en Italia, donde se atribuye el invento del loto a un tal Benedetto Gentile, que se inspiró para crearlo en una costumbre seguida por el consejo municipal de la ciudad de Génova para renovar los cargos públicos.


Como se vio que era una forma fácil de recaudar importantes sumas de dinero, la lotería se difundió y expandió por varios países, primero en Europa, y posteriormente en las colonias de América.


La lotería estatal surgiría en España en diciembre de 1763 cuando en la capital española se realizó el primer sorteo de la llamada Real Lotería de Madrid y sus Reinos, creada por Carlos III, que introducía el nuevo juego imitando el de la Corte de Roma y otros países.  Fernando VII, se apercibe de la conveniencia de utilizarla como una gran fuente de recaudación de recursos  al darse cuenta del éxito de la lotería instituida por las Cortes de Cádiz en 1811, la cual era una lotería en el sentido moderno del término.


La Loteria cubana


Con la Real Orden de 27 de enero de 1812 las autoridades coloniales establecieron en Cuba la institución de la Lotería Nacional, bajo los mismos principios de funcionamiento de los de la Madre Patria.  


Al terminar el dominio español, los interventores norteamericanos prohibieron la Lotería Nacional, la cual señalaron como fuente de vicios y corrupción colonial, pero en 1903, tras establecerse la República de Cuba, un grupo de senadores elaboraron un proyecto con el objetivo de restablecer la institución. El proyecto se discutió entonces en la Cámara de Representantes y luego de largo debate fue aprobado el 5 de enero de 1905.


No obstante estar aprobado el proyecto por el poder legislativo, el presidente de la República, Tomás Estrada Palma lo devolvió al Congreso un día después y se negó a aprobarlo. Tras la caída de Estrada Palma y la corrupta administración del interventor Charles Magoon, llegó al poder el general  José Miguel Gómez (llamado Tiburón, el que llevó la corrupción a niveles nunca antes vistos por lo que se le llamó “Tiburón se baña pero salpica”), quien restableció la Lotería Nacional mediante Ley del 7 de julio de 1909.


Así pasó medio siglo donde la Lotería fue un mecanismo donde probablemente habría corrupción, pero donde la gente contaba algo con qué soñar.  El bombo era el artefacto que podía traer suerte a alguna familia.


Muchos hablan del llamado "bombo", sin saber que a la lotería de visas norteamericana la comparan con las máquinas que de forma aleatoria elegían los números premiados en el sorteo de la Lotería Nacional haciendo girar unas bolitas con los números y las cifras correspondientes con las que serían premiados.  Los niños de la beneficencia extraían del bombo una bolita con el número y después otra con la cifra de dinero correspondiente.


Estas transmisiones por radio y televisión buscaban que el evento fuera considerado transparente y honrado, sin trucos, aunque hay muchas teorías que yo personalmente dudo porque eran niños los encargados de seleccionar las bolitas premiadas, aunque la maraña es intrínseca al ser humano, por lo que no la descarto totalmente y asumo que la mayor corrupción estaba en el empleo de lo recaudado.


Una estadística de 1957 asegura que lo que invertían los cubanos todos los años en billetes de lotería, juegos de la charada y otras variantes de la bolita ascendía a entre noventa y cien millones de pesos, mil millones de dólares a los precios actuales.  Una cifra verdaderamente gigantesca.


En 1968, con la destructiva Ofensiva Revolucionaria y tras 156 años de existencia, desapareció la lotería y se declararon ilegales todos los juegos.  Pero la gente siguió jugando,


La bolita y otros juegos


La lotería se acabó, pero la avidez del cubano por el juego no.


Y qué mejor sustituto que aquel difundido por los emigrados chinos que identificaban a los números con animales, objetos o situaciones: la charada, la bolita o la china.  En Cuba la “bolita” representa mucho más que un juego de azar o una adivinanza basada en los números o en los astros, es casi una institución nacional, ya sea legal, las autoridades se hagan de la vista gorda o la prohiban totalmente como hizo la dictadura castrista.


Los sorteos de Castillo o de Colón, continuaron como si nada.  ¿Qué habrán tirado? continuaron preguntando las amas de casa y los adictos al juego.  Y se seguía jugando "al prohibido" como a las barajas, al siló, al póker, al billar o al dominó.  Hasta hoy  los cubanos siguen jugando la charada cubana en los números que se jugaban en las loterías de Venezuela, y luego, con las loterías de Miami con la ayuda del internet.  Los sueños o las cosas que nos pasen seguramente van a cambiar nuestra vida y por eso vale la pena jugar al número que identifica la señal que nos dieron.


La gente no se saca nada, o se saca muchísimo menos de lo que había derrochado jugando, pero siguen esperanzados con una fortuna que nunca va a llegar.    


Y si no, también tenías la esperanza de sacarte una Villa Jabón Candado o una casa del periódico el País o hasta tener buena suerte en las rifas clandestinas o las apuestas deportivas o de otro tipo.  Las loterías, las apuestas o todo lo que tenga que ver con el azar no es la solución a los problemas económicos o deseos.  Pensar en ello es como vivir en Disneylandia o en el país de Oz y no con los pies en la tierra.


Pero gracias a esta forma de pensar mucha gente no murió de hambre, como el billetero y su familia.


El billetero


"El que puede hacer, hace, el que no, vende billetes", era un dicho popular de la Cuba republicana.


El billetero era un humilde vendedor que recorría las calles portando un gran cartón donde exhibía los billetes de la lotería que vendía al precio de 25 centavos y cuya ganancia personal le alcanzaba escasamente para sobrevivir.


Era uno de los ocupantes de los peldaños más bajos en la escala de la pobreza, igualado con los vendedores de periódicos, de maní o de tamales y solo por encima de los mendigos. Eran miles de hombres, incluyendo niños, que se dedicaban a este triste oficio donde podían vender la fortuna de otros mientras ellos vivian precariamente.


Se podían ver por cualquier parte del país pregonando los números que iban a salir premiados.



Los billetes eran de papel grueso, impresos con determinadas medidas de seguridad, marcas y contraseñas, igual que el papel moneda para evitar su falsificación y tenían el número que representaban en caracteres grandes y estampado en seco el escudo nacional y el valor, así como la fecha y el número del sorteo al que pertenecía.  El billete entero, que contaba con cien unidades de veinticinco centavos cada uno, costaba veinticinco pesos, lo que representaba casi un salario, por lo que el premio gordo difícilmente se lo podía ganar alguien que no fuera rico.


Pero al final muchos vivieron gracias a este pobre recurso al igual que otros oficios de muy poca remuneración que ya mencioné.


Particularmente conocía uno que siempre estaba ubicado en un costado de la librería “La Moderna Poesía”, por donde tenías que pasar diariamente.  Era un hombre ya mayor al que le faltaban las piernas y los brazos y así y todo obtenía su sustento vendiendo billetes.


Y de todos los pregoneros, eran los mejores, eran los decanos del pregón.


La maldición de la Lotería


Hay quien dice que la lotería, su sucesor la bolita y otros juegos de azar son una especie de maldición para los cubanos en los que históricamente han intervenido todas las clases sociales, analfabetos y letrados, blancos o negros, ricos y pobres, todos igualmente interesados en que la suerte les sonría y no tener que trabajar más nunca para vivir fastuosamente y hacer realidad todos sus anhelos y caprichos.


Realmente eso es no valorar realmente lo más importante y hacernos esclavos de los sueños.  No es que se pierdan o se renuncie a las ambiciones, pero es mejor tratar de ser feliz con lo que tenemos, luchar por una vida mejor y disfrutar aquello con lo que contamos, que no siempre son las cosas materiales.


La gente no valora debidamente un refrán que pasó de moda pero no de vigencia:  “de enero a enero el dinero es del banquero” y sigue jugando, acudiendo a supersticiones como guardar el billete en un lugar especial, acompañarlo de amuletos hasta el momento del sorteo, mantenerse fiel a un número preferido, ver a un adivino o brujo, interpretar los sueños y asociarlos a números, ingresar a la tienda donde se va a comprar el boleto con el pie derecho o el izquierdo si el dia es par o impar, frotar el boleto en el vientre de una embarazada o en la cabeza de un calvo, rezarle a San Cono y otros rituales inútiles.


Y este quehacer no es privativo de los cubanos, dondequiera que he ido he visto la misma avidez por buscar ganarse la lotería o cuantos inventos y variaciones similares existen en prácticamente todos los países y donde pude comprobar, sobre todo en los tres que más he conocido: Argentina, México y Estados Unidos, que mucha gente está en las nubes esperando el maná del cielo viviendo esa quimera.  No importa que las posibilidades sean mínimas, imperceptibles, casi inexistentes, la gente sigue comprando boletos de lotería, raspaditos o lo que sea, el problema es no perder la ilusión de que algún día la vida le cambiará.


Pero está el dicho que da título a este artículo:"sacarse la lotería sin billetes".


Ello presupone que tengas un premio sin haber arriesgado nada y hay unos cuantos ejemplos.


Artistas mediocres que le cayeron bien a un empresario y son llevados a los primeros lugares de la preferencia y obtenido grandes fortunas creadas no en base a su talento sino a una campaña de mercadeo.  Los hombres o mujeres que se casan con personas que cuentan con una gran fortuna y lo hacen sin que medie el amor por su parte.  


 Y hay unos cuantos cubanos que se han sacado la lotería sin billetes.


El comunismo acabó con nuestro país, lo llevó a ser uno de los más atrasados del planeta, con la mayor emigración respecto a su población en el mundo, sin haber existido una guerra en él e hizo desaparecer los valores históricos y la esperanza de tener una vida mejor.  Algunos se sacaron la lotería sin billetes por tener familiares en otros países que les permitieron abandonar este desastre.


Otros tuvieron mucha suerte y se ganaron la llamada "lotería de visas" del gobierno norteamericano.  Esos cubanos se ganaron la lotería sin billetes, no tuvieron que arriesgar nada y obtuvieron lo más preciado: la libertad y la posibilidad de labrarse su propio futuro.


¡Esa es una verdadera lotería sin billetes!


Pero la lotería es mucho más que eso porque vivir es el gran premio de la lotería, la experiencia es la acumulación de las loterías que nos hemos ganado y que no hemos cobrado, y para muchos la mejor lotería es el agradecimiento, el respeto o el aplauso, que valen mucho más que el dinero, porque el dinero no compra ningún sentimiento sincero.  Al final ganar la lotería  no significa nada y la gente pobre que ha ganado la lotería no son ricos, son pobres que ganaron la lotería.








domingo, 5 de junio de 2022

Si fio pierdo lo mio

 


Si fio pierdo lo mio



"Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todas son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas "

Don Quijote de la Mancha


Sobre los refranes, he escrito mucho, y es muchísimo más lo que me falta, sobre todo sobre aquellos que ya están olvidados o completamente en desuso pero que tienen plena vigencia, solo que los giros del idioma con las nuevas generaciones les han dejado de lado.


Hoy en particular me voy a referir a uno que se empleaba mucho, referido a la palabra "fiar", algo que en mis años mozos, se consideraba una práctica peligrosa.  Resalta que el mundo de hoy es un mundo donde se vive "fiado", todo se compra a crédito y algunos piensan que no hay que pagarlo, así que veamos todo lo que ha cambiando la sociedad y que aquella frase tan recurrente, hoy no tiene vigencia alguna.  No es que no existiera el crédito, sino que este solamente se usaba en la banca y en el comercio al por mayor, mientras que en las ventas minoristas se consideraba fiado y no todos fiaban.


Hay que recordar que fiar podía referirse a alguien crédulo, que con facilidad confía o cree en alguien, en el que sale de la cárcel bajo fianza o en el uso que más le damos, comprar o vender a crédito, sin pagar o cobrar en el acto.


Los niños éramos los encargados de hacer los mandados, por lo menos para las compras del día, es decir, ir al puesto de chino y traer cebolla, ají, tomate, ajo, viandas o alguna verdura; después ir a la carnicería a comprar la carne que se consumiría ese día, es decir casi siempre falda para las sopas y potajes, porque había que almorzar y comer con un entrante que eran esos platos, o principalmente palomilla para el plato principal y nunca comprar picadillo porque en ese podían intercalar mucho pellejo por lo que se hacía en casa, y de paso comprar piltrafa o bofe o huesos para los gatos y perros; ir a la panadería a comprar las flautas de pan de manteca o de agua o el tan gustado pan polaco y finalmente ir a la bodega.


En muchas bodegas de la Cuba republicana se podía ver carteles como este:


"Si doy a la ruina voy

Si fío pierdo lo mío, 

Si presto al cobrar molesto

Y para evitar todo esto

Ni fio, ni doy, ni presto"


Había sus variaciones, pero la esencia era esa.  No obstante esta regla se rompía constantemente con los clientes o marchantes leales a los cuales no se les cobraba al momento de entregarle la mercancía y en una pequeña libreta se les apuntaba, para lo cual el bodeguero siempre tenía su lápiz afilado en la oreja, lo que debían, ni te apuntaban de más ni tu cuestionabas nada porque la lealtad y la honestidad era una divisa para todos y el que no la cumpliera perdía como decía el dicho: “güiro, calabaza y miel”, e invariablemente en el día acordado, casi siempre el del cobro, el sábado o el domingo, se liquidaba la deuda.  


Ahí se hacía el grueso de la compra y yo aprovechaba y cuando tenía un par de centavos no me fijaba en los numerosos frascos de cristal conteniendo caramelos, galletas, queques, besitos de chocolate y otras golosinas, iba directo para donde se guardaban los camarones secos y por dos centavos tenía un montón de ellos.


Por supuesto que cuando se liquidaba lo adeudado era un día feliz para el bodeguero, un humilde comerciante que mayormente vivía del fiado a los clientes habituales, por lo que sus vivencias sirvieron de base para uno de los cha-cha-chá más conocidos mundialmente y probablemente el más famoso: "El bodeguero", de la autoría de Richard Egues e interpretado por la Orquesta Aragón, la Charanga Eterna, la más reconocida de las orquestas cubanas de todos los tiempos.


"...toma chocolate, paga lo que debes"


Este fue fue un estribillo que cantaron millones hasta el cansancio, y aún tarareamos, sin saber que detrás de ello estaba la libretica de las deudas y el afilado lápiz del gallego o asturiano bodeguero porque el prolífico autor y virtuoso de la flauta, sacaba sus composiciones, en muchas ocasiones, de lo que escuchaba en la bodega.  Por cierto en esa bodega yo no compraba, sino en la de la esquina de mi casa, pero esa se encontraba a solo una cuadra de donde vivía en el barrio del Cerro, donde el músico era el personaje más popular.


Sus obras parecían estar escritas para que las tocara solamente la Aragón. Fue así que gozaron de la máxima popularidad "Sabrosona", "Bombón chá", "La Muela", "Gladys", "El Cuini", "El trago", "La cantina", "El Paso de Encarnación", "Picando de Vicio", "Cero Penas" y sobre todo "El Bodeguero".  La flauta de Richard Egües y sus composiciones se convirtieron en un sello de la orquesta con su estilo único y sus complicadas improvisaciones.


Curiosamente tenía una tía que era costurera y siempre tenía muchas órdenes, en esos tiempos era usual comprar la tela y que una costurera te hiciera el vestido con el modelo a tu talla y gusto, lo que siempre era mucho más barato que comprar algo ya hecho.  Pues esa tía compraba mucho en una quincalla cercana a mi casa, a dos cuadras en la calle Salvador y como la compra de hilos, agujas de máquina y de coser a mano, encajes, broches, cintas y todo tipo de merecería era constante, pues la dueña del lugar aplicó con ella al mismo mecanismo de los bodegueros, una libretica donde le apuntaba lo consumido y que se liquidaba periódicamente. 


Lo recuerdo bien porque yo era el encargado de ir con la libretica y con un papel donde estaba escrito lo que se necesitaba.


Pero otros bodegueros, ni otros comerciantes, ni daban, ni fiaban, ni prestaban.


También había otras frases que decían:


"No me fío ni de mi sombra". Hasta ella te abandona cuando estás en la oscuridad.

"No me fío ni de la camisa que llevo"

"Fulanita cogió fiado", para referirse a alguien que tuvo relaciones antes del matrimonio.


"Fulano es de fiar", para referirse a alguien digno de confianza.

"No te fíes de las apariencias".  Los que hoy te dan buena impresión, mañana pueden resultar falsos y lo que ahora parece malo, mañana puede ser bueno.  Las apariencias engañan.

"No te fies de la cuerda que te sostiene, porque puede ser que algún día sea la que te apriete".

"No te fíes de las palabras. En esta vida encontrarás a muchas personas que viven mal y hablan bien". Una frase rotunda de Antonio Machado (Demófilo), padre de los poetas Antonio y Manuel Machado.


En fin, que el fiado era cosa complicada, mientras que hoy mientras más hayas comprado fiado, más confiable eres, siempre que pagues.


La barra


Todas las bodegas tenían una barra de madera preciosa, donde se servían bebidas, sobre todo cerveza o tragos de licores sin mucha preparación, si acaso un mojito o un Cuba Libre, y se jugaba hasta el cansancio al cubilete, mediando los saladitos, que iban mejorando en calidad con el aumento del consumo.


Pero siempre había gente no habitual, que llegaban allí por primera vez, comenzaban a pedir y a tomar y en un momento dado, en que el bodeguero estaba entretenido con otro cliente, desaparecían como el humo.  Por eso se hizo común también otro cartelito:  


"Si bebes para olvidar, paga antes de empezar"


Y ahora que hablo de bebidas, me viene a la mente el barrilito de mi abuelo, el que había que pagar antes de que te llevaran a la casa la cantidad que te iban a rellenar, y con el vino que venía en unas damajuanas de vidrio protegidas por una cesta de mimbre con dos asas. 


El barrilito


Mi abuelo madrileño, al que no pude conocer mucho pues murió siendo yo muy pequeño, tenía dos sitios muy particulares de él en la casa:  


El primero era una extensa colección de botellas en el patio, que iban desde el Anís del Mono hasta todas las marcas imaginables de vino de mesa, pasando por todos los brandys españoles y algunos coñacs franceses.  No había quien le tocara aquellas botellas que tenía ordenadas escrupulosamente, como cuando era banquero.  Cuando un gato tumbaba una o más de ellas, la demencia senil de la que padecía, afloraba con una fuerza tremenda.  A ello le fue sumando una colección de latas vacías de todo tipo de conservas y leches.  


Por supuesto que con esta colección yo siempre estaba sancionado, pues mis juegos en el patio corriendo detrás de las gallinas o de los gatos que detestaba, a menudo provocaban que el ordenamiento desapareciera y cuando el abuelo se enteraba, (yo no sé si alguna vez se enteró de que yo existía) ardía Troya.  La sanción era sentarme tranquilo a leer muñequitos pero eso para mí no era castigo, sino todo lo contrario, y esa penalidad era un invento de mi abuela, que siempre me tiraba la toalla.


El otro sitio prohibido era un barrilito de madera ubicado en el comedor encima de un armario, que siempre estaba lleno de un vino gallego espeso y fuerte y del que hacía uso varias veces al día con una pequeña llave que tenía al frente. Encima del barrilito, que tendría unos 25 o 30 litros de capacidad, estaba colgado en la pared un azulejo, cuarteado por el tiempo, con unas filigranas en forma de marco y con una inscripción que decía: "El vino alegra el ojo, limpia el diente y sana el vientre".  El abuelo seguramente prefería el vino a tomar agua.

                                             España en llamas


Nochebuena y el vino


Fue mi abuela la que me explicó lo de los pagos anticipados del vino para llenar el barrilito y en qué consistía el fiado.  Yo escuchaba la palabra "damajuana" cuando venían a rellenar el barrilito y además cómo esa era una voz muy corriente en su natal Andalucía, y me repetía, y yo escuchaba nuevamente con atención, aunque me lo hubiera dicho mil veces, que el nombre de damajuana viene de que los marineros del sur de Francia llamaban "dame Jeanne" a las botellas gordas de cinco, diez y veinte litros, las que comparaban con mujeres barrigonas, y aquello me hacía mucha gracia y le preguntaba si a la vecina que iba a tener un bebé se le podía decir "damajuana".


Mucho tiempo después pude conocer que el abuelo, que había sido un personaje importante (nunca se aclaró, pero se decían que Vicepresidente o algo parecido) del Banco Español de la Isla de Cuba, guardaba una gran cantidad de billetes de diferentes denominaciones del desaparecido Banco, pero en la familia no se les dió, igual que a otros muchos documentos de identidad, la importancia que tenían.  En parte todo ello hizo que se me hiciera imposible calificar para acogerme a la ciudadanía española a través de la Ley de Memoria Histórica.  A mis abuelos maternos, también españoles, no los conocí pues murieron antes de yo nacer y el abuelo paterno falleció cuando tenía unos cuatro años (recuerdo los sacos y más sacos con las botellas y latas que se llevaron los basureros) y el tremendo impacto que representó para mí el que su velorio fuera en la sala de la casa, lugar en donde no quería sentarme solo durante mucho tiempo, en cambio de mi abuela andaluza recibí un cariño tan grande que de ella tengo recuerdos casi permanentes, imborrables, a pesar de que murió ya hace más de medio siglo.  Pero por ser casi analfabeta, lo que no se reflejaba en su sabiduría de la vida, no fue previsora en guardar sus documentos, los que apenas podía leer.   Además en esos tiempos quién se iba a ocupar de pensar en la ciudadanía española, un país que la dictadura franquista tenía sumido en la miseria y la represión como después nos ocurriría a los cubanos.


Y en Nochebuena además del barrilito había una colección de botellas de vino español, de los que siempre tengo presente las marcas Azpilicueta y Romeral y Marqués de Riscal, además de las infaltables botellas de sidra El Gaitero, el vino dulce Viña 25 y el brandy Pedro Domecq para ligar con sidra y hacer el famoso "España en llamas".


Pero lo verdaderamente gracioso fue que desde muy pequeño, ya los tíos y mi padre estaban eufóricos por el vino que habían tomado y sobre todo por los "España en llamas" consumidos (un cóctel a partes iguales de coñac y sidra, aunque supongo que en mi casa se haría con brandy español) y entonces era una gracia llamarme para que probara el vino, primero el dulce Viña 95 y después el fuerte vino del barrilito. esa fue mi primera experiencia con el llamado por todos "vino de Ribeiro", la denominación de origen Ribeiro que significa "ribera del río" en gallego, una zona que se ubica a lo largo del río Miño y sus afluentes y es una de las denominaciones de origen históricas de Europa, siendo la segunda más conocida en España.  No en balde me gustó tanto ese vino.  Aquello era una combinación muy fuerte para mí, así que caía rendido antes de finalizar la fiesta y poder repetir todos los turrones, dátiles e higos que eran mis preferidos.


Pero al día siguiente era el primero que me levantaba, mientras los demás estaban durmiendo bajo los efectos de lo que habían comido y bebido en demasía, sobre todo el "España en llamas", así que cogía una copa de la vitrina (como le había visto hacer a mi abuelo), iba hasta el barrilito, abría la llave y llenaba la copa hasta casi llenarla.  Después bebía sorbo a sorbo, imitando a mi padre y cogía algo que me gustaba de la mesa, la que todavía tenía todo tipo de comidas y golosinas para un batallón y mientras degustaba lo que más me gustaba, me tomaba la copa entera.  Después volvía a la carga hasta que alguien se levantaba y me cogía en el brinco o hasta que caía nuevamente liquidado, ahora sí en una forma que me gustaba.


Después mi abuela y mi madre, al ver que no me despertaba, comenzaban a criticar a mi padre y a mis tíos diciéndoles que a los niños no se les daba de beber vino.


Pero ese barrilito me enseñó a apreciar una de las mejores bebidas que puede consumir el hombre: el vino.


Los fiados que conocí


A partir de determinado momento al ir creciendo, me tocó la tarea de "hacer los mandados", los que se hacían diariamente, no como hoy que compramos cosas para varios días o para toda la semana o el mes.  Todo era fresco, la carne era de animales recién sacrificados, los vegetales, viandas y frutas cosechados en horas de la madrugada o muy temprano en la mañana y el pan recién horneado en la panadería.  Todo eso había que pagarlo al contado, por lo que tenía que ser muy cuidadoso con el dinero que me daban y con los vueltos.


Pero en la bodega, iba con un papelito donde estaba escrito lo que se iba a comprar y tras entregárselo, lo apuntaban en la libretica proporcionada por el bodeguero y que cabía en el bolsillo del pantalón.


Que yo recuerde nunca hubo problemas por falta de pago para que nos dejaran de fiar, siempre se cumplió celosamente con liquidar el fin de semana lo que se debía, así que el lápiz del bodeguero siempre estaba afilado y listo para apuntar nuevos fiados.


Y algo que recuerdo y que me daba vergüenza, es que me repetían una y otra vez que le dijera al bodeguero que me diera la contra, ya fuera sal u otra cosa.  Y el bodeguero me la daba muchas veces sin yo pedirla.


Sanchez Mola y mi tio Rogelio


Ya cuando comencé a trabajar comencé a disponer de algún dinero para darme mis gustos, por lo que con el tiempo me fui acostumbrando al fiado.


Mi primera experiencia al respecto fue con el hijo del dueño de donde trabajaba, que siempre vestía a la moda y se dio cuenta que yo admiraba la ropa que se ponía, por lo que un día me propuso que si quería que le diera un aval para el lugar donde él compraba ropa, calzado, perfumes y otras cosas y que podía pagarlas a plazos.


Así fue que, con él de fiador, obtuve mi primer crédito con la tienda Sánchez Mola, un préstamo que ascendía a cincuenta pesos cubanos (equivalentes a dólares de entonces y a unos quinientos actuales) y que me permitió comprar una trusa Jantzen, una camisa de mangas largas de cuadros McGregor y un pantalón de la misma marca sin bajos y sin pliegues, que entonces eran la última moda.  Ni remotamente llegué a usar la mitad del crédito y solamente pagaba cinco pesos mensuales para amortizar la deuda, así que era algo muy conveniente y que fui aprovechando cuidadosamente para mantenerlo.


Después fui a una sastrería que había en la Manzana de Gomez, El Sol, cuya propaganda era "Sastres anatómicos y fotométricos" aunque a mi no me tomaron ninguna fotografía, solo las medidas, y me compré (a crédito y a pagar en cuatro plazos) mi primer traje, de muselina inglesa gris de unas rayas muy finas, casi imperceptibles, que costó veintiocho pesos.  Y también lo pagué en varios plazos durante seis meses.


Y mi tío Rogelio, el más exitoso de la familia y que había llevado una vida aventurera, pues se fue a pelear con los republicanos a la Guerra Civil Española, estuvo en campos de concentración en Francia, a su regreso fue policía secreto y con ideología contraria al izquierdismo que había practicado y después se fue a vivir a Venezuela, de donde regresó con una pequeña fortuna, la que aumentó gracias a que compró varios ómnibus de la COA (Cooperativa de Omnibus Aliados)  las que eran trabajadas por mi padre y mis dos tíos, Enrique y Armando y al final con el gobierno revolucionario se las confiscaron todas. Hasta ahí llegó su amor por la república española y el comunismo.  Pero Rogelio además se dedicó, por haberlo aprendido en Venezuela, a la joyería y relojería. 

                    La ruta de la COA donde trabajaba mi padre.


Fue así que me vendió un reloj suizo Movado, y un anillo de oro 24 con mis iniciales, pagando dos pesos semanales.  El reloj me duró veinte años y lo vendí en un precio mayor de lo que me costó y el anillo se me perdió bañándome en la playa.


¡Capitalismo puro y suave!  Por eso es que extrañamos tanto a la Cuba de los años cincuenta.


Y por cierto, siempre me llamó la atención que Rogelio vivía en un apartamento pequeño situado al fondo de la parroquia del Cerro con mi tía Rosa y mi primo Héctor.  No tenía carro y el único lujo que se daba es que comía, mañana y tarde, de cantina, es decir que en su casa no se cocinaba.  No se iba de vacaciones, no fumaba ni bebía, así que lo que pensé fue cierto.  A su muerte, mi primo Héctor se encontró toda una fortuna en joyas y oro, la cual despilfarró aceleradamente.


El fiado hoy

Después vino el socialismo y el desabastecimiento, el estancamiento y el pago al contado de todo lo que quisieras, con un monopolio estatal en toda la economía que restringía todas las posibilidades de progresar.  De ahí que surgiera con fuerza un mercado negro donde los precios eran més competitivos, pero igualmente con pago al cash.


Aparecieron unos tímidos mecanismos de pago a crédito, los que volvieron a desaparecer a la misma velocidad de su llegada y solamente comprendían artículos electrodomésticos caros o autos asignados que era como sacarse la lotería.  Pero no es que nos conformáramos, teníamos que conformarnos con lo poco y lo malo, porque eran los tiempos en que se anunció por el máximo líder textualmente:  “ahora sí vamos a construir el socialismo” junto con "la rectificación de errores y tendencias negativas", después de tres décadas de declive de la nación que ellos conquistaron a base de mentiras.


Hoy la frase “si fío pierdo lo mío” no tiene ninguna actualidad, en el mundo entero (menos en Cuba) todos vivimos del fiado y mientras mejor sea nuestro índice crediticio, mayor será la credibilidad que tenemos de que pagamos nuestras deudas y por ende podemos deber mucho más dinero. Es algo que para los que venimos de Cuba, donde todo había que pagarlo al cash, nos parecía un poco y extraño y hasta peligroso, hasta que finalmente nos acostumbramos (en cierta medida, porque tratamos de liquidar todo lo que compramos a crédito o liquidarlo en un tiempo prudencial aunque tengamos muchos meses para hacerlo).


El tener un buen crédito en Estados Unidos es algo esencial, más que ello, es vital, porque ello nos permite adquirir bienes o servicios que sería imposible de pagar de una vez y el mantener y hacer crecer el puntaje del crédito nos abre las posibilidades de mejores tasas de interés y mejores términos y cuantía del crédito.


Muchos cubanos llegan a este país y piensan que no necesitan del crédito y pueden enfrentarlo todo pagando al contado y al final se dan cuenta de que sin un historial crediticio no es posible acceder a préstamos indispensables para enfrentar gastos grandes como comprarse una casa o un automóvil, electrodomésticos o viajes.


También es difícil venir de un país con un sistema bancario y financiero que está en pañales con respecto al resto del mundo a enfrentarse con complejos mecanismos bancarios.  Y a eso se le suma la imagen paradisíaca que tienen los cubanos jóvenes de que el dinero en Estados Unidos cae de los árboles como las hojas en otoño y al estar acostumbrados a vivir sin trabajar, como hacían en Cuba, el choque cultural no es para nada fácil de asimilar.


Pero al final, los estímulos al trabajo que existen en el mejor país del mundo, lo hacen poner los pies en la tierra y terminan siendo los más celosos cumplidores de sus compromisos crediticios.


Y los que fían, no pierden lo suyo, todo lo contrario, son los más ricos.