lunes, 10 de agosto de 2020

Cosas de mi niñez que me impactaron para siempre

 

             Una vidriera - http://fidelseyeglasses.blogspot.com

Cosas de mi niñez que me impactaron para siempre

Como es lógico, las memorias comienzan por la niñez, y algunos de estos temas ya los he abordado en diferentes artículos, pero vale la pena recopilar los de mayor impacto, que seguramente han sido comunes para la infancia en muchos países de América o España, por lo que tienen un significado que va más allá de lo personal.

Nací en 1945, por lo que la era digital estaba todavía muy lejos en el tiempo y los principales entretenimientos de mi niñez eran la lectura, para la cual no he encontrado rival todavía a pesar de los atractivos que nos da el cine y la televisión, y ahora Internet, pero sigo prefiriendo dejar volar la imaginación que recibir la información masticada, sin poder aportar nada, que es el estándar de nuestros días.

Ello ha llegado a un límite tal que la sociedad va en vías de estupidizarse y convertirse en esclava de la tecnología, la cual tiene a su favor entre sus bondades que nos permite leer textos digitalmente, y acceder a la prensa, videos, música la radio y el cine, pero vuelve a una mayoría adictos a las redes “antisociales”, donde casi todo es banal.

Pero al inicio de los años cincuenta la televisión apenas comenzaba y no todos tenían acceso a ella, afortunadamente, porque este medio también tiene tantas virtudes como amenazas.  Ya la influencia de los medios nos mostraba lo que podía ser el futuro cuando nos sentábamos como unos idiotas frente al televisor viendo el patrón de pruebas en espera de que comenzaran las transmisiones.

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Gracias a ello se propiciaba que la interacción social fuera infinitamente superior a la casi inexistente hoy en día.  Las familias compartían entretenimientos, juegos y conversaciones, algo que hasta parece raro hoy, cuando en una fiesta o encuentro familiar la gente en lugar de compartir se ensimisma en lo que pasa en su celular y en la vida cotidiana la familia se encierra en sus habitaciones a ver la televisión.  Nunca antes el hombre ha estado más aislado y es impactado mayormente por lo que ve en Internet y no por su intercambio con otras personas.

Esa situación ya la había predicho Einstein, el que aseguró:  "Le temo al día en que la tecnología sobrepase la interacción humana.  El mundo entonces tendrá una generación de idiotas”.   No cuesta mucho trabajo darse cuenta de la exactitud de sus palabras, pero no peor no ha llegado, este es solo el comienzo.

Pero por suerte mi niñez tuvo otro estilo de vida, no con tantas comodidades y adelantos, pero con mucha más riqueza espiritual.  De ahí que hay muchas cosas que los que vivimos aquellos años no olvidamos, por lo que vale la pena recordar algunas de ellas.

La vida era muy diferente en todos los sentidos, sobre todo en que se compartían “en vivo y en directo” todas las vivencias y deseos.  Nadie podía pronosticar que llegaría un momento de dialogar de otra forma que no fuera cara a cara cuando entonces hasta el hablar por teléfono se consideraba necesario pero impersonal.

Repasemos pues algunos de aquellos momentos que no hemos olvidado.

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Los juegos de mesa

Eran probablemente los más populares y había muchos: de cartas, tanto con barajas americanas como españolas y sus diferentes juegos; el cubilete, un infaltable al que solamente le ganaba en popularidad el dominó cubano ; las damas; las damas chinas, el parchís y el más aristocrático monopolio y el menos difundido por su complejidad, el ajedrez.  Y por supuesto, el rey de los juegos de mesa cubanos, el dominó, pero con doble nueve.  Como los cubanos o no llegamos o nos pasamos, en cuanto al dominó nos pasamos, pues mientras en el resto del mundo el dominó tiene veintiocho fichas, hasta el doble seis, en la modalidad dominante en la parte occidental y central de la Isla (los orientales se quedaron cortos) se emplean cincuenta y cinco fichas, hasta el doble nueve.

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El View Master

Era un especie de estereoscopio con discos conteniendo siete pares de fotografias en color en tercera dimensión.   Solamente tenía cuatro o cinco vistas o discos, que recuerde, una de Tarzán, otra de paisajes de Estados Unidos y otras de las Cataratas del Niágara.  Realmente un invento poco atractivo aunque a primera vista parece un prodigio.

Los muñequitos

Eran mi pasión, lo mismo las tiras sabatinas y dominicales en los periódicos, que las revistas procedentes casi todas de editoriales mexicanas.  Ya he hablado del tema en varias ocasiones, de las colecciones que tenía, como los adquiría sacrificando el dinero asignado para viajar en guagua a la escuela o eliminando la merienda, yo prefería dedicarlo a comprar cómics, los cuales fueron la génesis de mi afición a la lectura, y hacia los cuales nunca perderé el gusto.

Las postalitas

Otro entretenimiento, por cierto muy sano, entre los niños, eran las postalitas y los álbumes o colecciones de ellas.  Como escribí en un artículo anterior, nunca fui un gran adicto a ellas. Prefería leerme los muñequitos o cómics, pero la presión social de mis contemporáneos era tremenda y todos caímos en la trampa.

Cada serie consistía en un álbum con una cantidad de postalitas que había que conseguir y pegar en el mismo.  Las postalitas eran imágenes en dibujos o fotos del tema. Era famoso el álbum del baseball cubano de La Ambrosía, uno de los más extensos con 250 postales y que promocionaba a "La marca del famoso chocolate".

Cercana a mi escuela estaban las fábricas de La Estrella y La Ambrosía, a donde íbamos todos los años de excursión.  Allí nos daban todo tipo de golosinas: galletas, caramelos y sobre todo chocolates, pero nunca, a pesar del reclamo de muchos, las postalitas que nos faltaban y que eran promocionadas por ellos.

Las excursiones, que eran paseos a lugares cercanos, en que los maestros nos llevaban a conocer, en nuestro caso, fábricas como La Estrella y La Ambrosía,  las mayores productoras  de golosinas y a la fábrica de la Coca Cola, donde recuerdo nos daban reglas y otros útiles promocionando lo que no necesitaba promoción.  Todo ello nos servía para conocer en la práctica que las cosas no son tan sencillas como parecen y que es necesario estudiar y prepararse para la vida.

Había postalitas de todo tipo, pero mis preferidas eran las de peloteros, comenzando por el equipo Almendares y siguiendo con los Yankees de New York.  Colecciones enteras de equipos por años, que mucho trabajo me costaron, las dejé en el olvido y ahora veo que valen una millonada.

Lo normal era que se promocionara y saliera el álbum junto con un grupo de postales y se demoraba meses y hasta más de un año para completar la colección, mientras que pasábamos el tiempo buscando los números que nos faltaran, por lo que se intercambiaban las repetidas y hasta  jugábamos a las cartas apostando las postalitas.

Al final las postalitas eran solamente un gancho para que uno comprara determinados artículos, casi siempre golosinas, con las cuales venía una postalita, pero había algunas que ni comprando la producción completa se encontraban, lo que hacía que el consumo fuera imparable y dedicáramos los pocos centavos de que disponíamos en este comercio que visto en el tiempo se nos hace abusivo y engañoso.

Por supuesto que no faltaban las postalitas y álbumes de Tarzán, pero también estaban clásicos como Robin Hood, Sandokan el Tigre de la Malasia o El Corsario Negro y eran muy gustados los de las radio novelas Los Tres Villalobos, Taguarí el rey blanco del Amazonas y Kazán el Cazador y por supuesto El Derecho de Nacer, la radionovela por excelencia.  Había otras series enfocadas a la educación como la del Zoológico de La Habana y las de los cigarros Gener con sus álbumes de la Historia de Cuba y la Vida de Napoleón Bonaparte.    

Algunos álbumes y series tenían valor educacional, pero muchas no seguían ese objetivo, aunque se convertían en fascinantes y adictivas.  Yo recuerdo en particular un álbum con la historia y desarrollo del transporte en el mundo y que nunca pude completar, lo que me molestaba mucho.  Al final era tan popular para los niños como los celulares hoy.

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La Radio

Sin duda alguna era el entretenimiento por excelencia.  Por mi cercanía laboral con los medios de difusión ya he escrito sobre el tema, pero no es ocioso insistir en que tal y como es hoy en día Internet, la telefonía digital o la televisión, la Radio era entonces el medio dominante y aparte de su atractivo, donde también mucho queda a la imaginación, igual que la lectura, escuchar radio podía simultanearse con otras actividades, no como hoy que los medios absorben totalmente nuestra atención.

Por eso a pesar de tanta abrumadora tecnología, la Radio no ha dejado de existir ni de seguir contando con muchos fieles, gracias también a que el amplio espectro de asuntos que cubre se ha especializado en emisoras con programación destinada a un público determinado.

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Los juguetes

Aparte del cariño y la educación que pueda darle la familia, para un niño no hay nada más importante que un juguete.  Había de todos los tipos y afortunadamente para casi todos los bolsillos.  Mayoritariamente se construian de metal y por supuesto muy lejos de los actuales estándares de elegancia y resistencia.  

Y por supuesto los hijos de gente con poder económico, eran más afortunados, al menos en ese aspecto; yo no se como no me convertí en pelotero porque todos los años los Reyes Magos me traían un bate, un guante, una pelota y un uniforme de pelotero que cosía a escondidas mi madre o mi tía con mi nombre a la espaldas.  Pero al menos nos quedaba el dulce recuerdo de ir varias veces a las tiendas de Galiano a ver los escaparates con los nuevos juguetes, de los que nunca me tocó uno.

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Pero algún día la suerte tenía que tocar a mi puerta y probablemente fue cuando en mis últimos reyes magos, que me trajeron un vagón de los que se usaba en aquellos tiempos y que me sirvieron para cargar a mi hermano menor y para llevar mis muñequitos o cómics a diferentes lugares para cambiarlos y completar la colección de mis preferidos.  Y hasta me atreví a empujarlo como si fuera una carriola y subirme a ella en una bajada. Fui muy afortunado porque este fue uno de los juguetes de múltiples usos más deseados.

Y de mis revólveres no quiero ni acordarme, aquellas armas de fulminante, el que por cierto era un rollo de papelitos que se acababa muy rápido porque uno disparaba muy seguido, de haber sido en el legendario oeste, yo hubiera sido de los primeros muertos.

Y estaban los juguetes que duraban todo el año y con los que jugábamos constantemente, como el trompo, las bolas, los soldaditos de plomo o el yoyo.  Eran muy populares los patines de municiones, los únicos existentes entonces, y los que podían contaban con una bicicleta.  Yo no sé andar en ninguno de los dos, porque los Reyes no me incluyeron en las lista de agraciados y no me atreví a pedirle a otro que me permitiera aprender a montarlas.  Entonces las suizas, como se le llamaba en Cuba, conocida por cuerda o comba en otros países, eran propias para las niñas, o al menos eso pensábamos y no nos fijamos en que los boxeadores lo practican como parte de su entrenamiento extremo.

De todas maneras me quedé con las ganas de tener un tren eléctrico, con varios vagones, con estaciones, luces, pasos a nivel, estaciones, luces de emergencia, diferentes sonidos, señales de frenado en los pasos a nivel, desvíos en la línea, apartaderos,  Lo más que pude acercarme a mi ambición fue una triste locomotora de cuerda con un vagón de carga, una línea ovalada y una estación, sin luces ni sonido, pero que de todas maneras me parecía una maravilla.

                            Algo parecido a este artefacto era mi tren.

Pero al final no necesitábamos mucho más que un pedazo de calle o un solar no construído para compartir con otros niños y si no había otra cosa, inventábamos nuestros propios juguetes, en particular para jugar a la pelota o a los policías y ladrones, a las bolas, a la una mi mula, a los escondidos o lo que fuera, en particular a meternos mentiras unos a otros, exagerando las virtudes de nuestros padres.

Otro entretenimiento de los niños era cazar pájaros y buscar nidos, pero yo no solo me negaba porque lo consideraba cruel y de mala entraña y hasta me fajaba con mis amiguitos por ello.   Y otro más atractivo pero menos afortunado era tener una alcancía en forma de cochinito, la que nunca se llenaba a pesar de que se la enseñábamos a todos.  Muchas veces tratamos de sacarle dinero con un gancho de pelo para un antojo y cuando llegaba el momento de romperla lo que asumíamos sería una pequeña fortuna, ni remotamente lo era, pero nos enseñó que es necesario ahorrar.

Y por supuesto que no nos olvidamos de otras cosas, como las medicinas.

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Las medicinas

Ahora la gente casi no sabe qué son, pero entonces había palabras mágicas que nos asociaban a remedios que curaban casi cualquier cosa.  Estaban el Aceite de Higado de Bacalao, con una etiqueta tambien infaltable: “Emulsión de Scott, el Hombre con el Bacalao a cuestas”, el que nos disparaban a los niños y ancianos como si fuera un ritual inevitable.  Ahora me río cuando veo, escondido en lo más lejano de un estante en algunos supermercados: Emulsión de Escocia”. ¡ Le zumba !.

La Leche de Magnesia Phillips, era un curalotodo para el estómago, pero para mí no tenía nada de agradable.  Ahora viene en veinte sabores diferentes.

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El Linimento de Sloan no podía faltar en ninguna casa y no había dolores que se le resistiera, lo mismo una contracción muscular que un golpe.

Y recomendaciones había muchísimas: no podía uno bañarse ni en la ducha ni en la playa hasta pasadas tres horas de haber comido algo porque podía pasar un “corte de la digestión”, había que salir del baño abrigado porque podías coger un aire y muchas cosas podían “pasmarte”.  Y ni pensar que te cogieran abrir el refrigerador para tomar agua fría cuando venías sudado de jugar, eso era algo mortal.  El plátano no se podía comer junto con la leche (a pesar de que muchas cafeterías ya hacían batidos de plátano), por supuesto que no podíamos mojarnos con la lluvia y los jugos había que tomarlos rápido para que no se fueran las vitaminas.

Estas recomendaciones iban juntas con los valores y paradigmas que nos enseñaban.  A unos nos hacía efecto, a otros no, pero todos compartíamos las supersticiones y creencias que nos transmitían sobre todo nuestras abuelas, entre las que estaban poner el pan boca arriba para que no llorara la virgen, tocar madera para tener buena suerte, cruzar dedos para evitar maldiciones, decir "Jesús" cuando alguien estornudaba porque si no la persona podía reventar, al que se masturba le salen pelos en la palma de la mano (todos nos la mirábamos a ver si teníamos pelos), el pan no se puede botar porque es de Dios, escupir a la candela es un pecado, no se puede tomar agua antes de sentarse a la mesa, hay que estirarse cuando uno se acuesta a dormir para crecer más, y quien sabe cuántos más que ahora no me vienen a la mente.

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Una larga lista de medicamentos de entonces, ahora son muy dañinos, es casi un milagro que hayamos sobrevivido al yodo, el mercurocromo, el argirol, el árnica.  Los bacilos búlgaros eran el remedio por excelencia para tener una salud gastrointestinal firmas y si había problemas lo solucionaban unas gotas de elixir paregórico, que ahora es un opioide, o lo era, pero nadie lo consumía como tal.

Un par de veces al año había que purgar a los niños, dándoles unas cucharadas del intomable Palmacristi.  Y peor que eso para mí era la práctica de darnos a tomar el Vino Viña 95 o el Vino Sansón con una yema de huevo cruda, algo que no soporto, no el vino sino el huevo crudo.

                Nuestros ídolos musicales y artísticos todos eran fumadores.

Entonces fumar era no solo una moda, sino algo distinguido, al igual que tomar refrescos gaseados, por suerte en eso la ciencia no se equivocó y demostró que realmente son nocivos.

Y la salud de los niños respondía a que estuvieran gorditos, no importa que después fueran diabéticos u obesos, había que estar llenitos y el flaquito era porque tenía algún problema de salud.

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Los comercios que nos rodeaban.

En todas las esquinas había una bodega y en cada barrio varios cines, dulcerías y cafeterías, sin contar los puestos de chinos. Y no se diga de algo a lo que no teníamos acceso, como eran los puestos de fritas, papas rellenas y biste con pan, los puestos de ostiones y huevos de carey y los vendedores ambulantes de maní y tamales.

Casi todos los comercios ofrecían golosinas, de todo tipo y al alcance de todos, pero sin duda el producto más popular, por su precio y porque duraba bastante, y era entretenido, al menos al principio, eran los chicles.  El Adams era el favorito porque una cajita con dos chicles costaba un centavo, de ahí el dicho, “no tengo ni para el chicle”, es decir, no tengo nada.  Y de los chinos ni se diga, campeones en frutas, helados y frituras.

Y si había algo que a los niños nos llamaba mucho la atención eran las Victrolas y las cajas registradoras.

La National Cash Register, dominaba casi completamente el mercado y seguramente que todos las recordamos porque estaban en todos los comercios y la era digital estaba muy remota y aquellos artefactos nos parecían una maravilla de la tecnología.

Y si algo había en La Habana que abundaba, eran las Victrolas, predominando las de la marca alemana Wurlitzer, aunque también estaban las Rock-Ola, la AMI y la Seeburg .  Sin duda no había esquina habanera donde no hubiera una, y casi siempre reproduciendo alguna melodía.  Una estadística confiable señala que a finales de los años cincuenta había más de veinte mil  Victrolas en la Isla.   Algunos le llamaban vitrola, sin C, lo que era un error porque la palabra procedía de la R.C.A. Víctor, y no hay dudas acerca de su  relevancia, baste con decir que dichos artefactos obraron como decisivos voceros de la música popular, manifestación que posee un peso gigantesco dentro del espectro cultural cubano y que era indicador, junto con la radio y la venta de discos para definir el gusto musical y el pago del derecho de autor.  

Y además llenaba a la ciudad de música, casi toda buena.  No podía ser de otra forma en una época en la que no había vulgaridad ni chusmería en lo musical.

También nos asombraban, cuando no era masivo el uso de la telefonía, los teléfonos Kellogg, negros y pesados, que dominaban toda el servicio, eran irrompibles y se escuchaban perfectamente a pesar de estar respaldados por una tecnología que ahora se considera antediluviana.

Y estaban las cabinas telefónicas, teléfonos públicos había dondequiera, en casi todas las esquinas y comercios, pero cabinas telefónicas con privacidad, sólo dentro de edificios importantes u hoteles, por lo que eran toda una curiosidad

El paso anterior a la dispensadora automática

Aparecieron las dispensadoras automáticas. Todos buscábamos la manera de tener un medio (moneda de cinco centavos) para adquirir en la moderna máquina dispensadora una Coca Cola, la que terminaba siendo canjeada por dos centavos y cuyos envases recolectaba el profesor de sexto grado para pagarse su café con leche que costaba ocho centavos.  En lugares muy exclusivos ya había dispensadoras de golosinas o cigarros.  Y no olvido una que había dentro del cine Mónaco, que en lugar de despachar una botella, hacía descender un vaso parafinado donde caía el refresco hasta el nivel correspondiente a la ración, lo que era una bobería, pero para nosotros entonces muy emocionante.

                  La clase de Sexto Grado con el Director a la derecha.

El colegio

Todos envidiábamos a los mayores que andaban con sus plumas fuente Parker 51 con punta de oro, o las más sencillas y muy usadas plumas fuente Esterbrook, y sobre todo a los poseedores de un nuevo invento: el bolígrafo.  Si a eso le sumábamos que iban vestidos elegantemente las mujeres y de traje y cuello y corbata, el éxito era total.

Y así andaban los maestros de la escuela donde estudié, y sobre todo el Director.  Del tema ya he escrito, pero vuelvo a ello porque probablemente no haya habido una etapa de mi vida que me haya impactado tanto como la escuela primaria y no solamente por la educación cultural que allí recibí, sino por las enseñanzas cívicas y morales impartidas a través del ejemplo del cuerpo docente.   Creo que entonces todos queríamos ser como el Dr. Collazo, el director de la Escuela, descendiente de mambises y un hombre correcto y afable a pesar de que un Director en aquellos tiempos era una figura que inspiraba el mayor de los respetos.

Ese Director era de ese tipo de gente de los que ya quedan pocos.

La escuela contaba con pupitres de madera sólida, muy fuertes y en los que podían guardarse los libros y hasta las maletas; las valijas eran de cuero, irrompibles y eternas; había que aprender caligrafía y se hacía con pluma y tintero; eran imprescindibles los sacapuntas, personales o de uso colectivo, las gomas de borrar  llamadas de pan o de dos usos, para lápiz y tinta; los útiles para dibujar como compás, regla, transportador, semicírculo, cartabones y otros no podían faltar, así como los lápices Staedler; los lápices más codiciados eran los Mirado No.2; la tijera, la goma arábica y los papeles de colores para las manualidades.

La pelota y el Kickingball eran los juegos que prefería y veo como el último ha fenecido y casi nadie lo conoce en Cuba.

Y algo seguro, es que no olvidamos de que aparte de nuestra autodisciplina, los maestros, casi todos, tenían una larga regla de madera para evitar cualquier rebelión.  El Dr. Gaspar Agüero, de sexto grado tenía una imponente al que llamaba "la cariñosa", a la cual nadie quería conocer y que hacía que no falláramos en hacer las tareas o responder correctamente las preguntas en clase, y mucho menos hablar cuando no nos dieran la palabra.  Ahora se considera un tipo de enseñanza negativa y nociva, por eso es que se ha perdido el respeto a todo.

Los maestros no permitían masticar chicle y mucho menos pegarlo bajo la mesa o el pupitre, esa era una falta grave y por eso nos desquitábamos cuando íbamos al cine para pegarlo en el asiento cuando nos íbamos.  Y después nos molestábamos mucho cuando nos sentábamos y algún desgraciado (como nosotros mismos hicimos)  había pegado un chicle en el asiento y nos desgració el pantalón.  Donde las dan las toman.

Había dos momentos impactantes en la clase: cuando sonaba el timbre y decían "recreo" y cuando volvía a sonar el timbre y decía "recojan".  Primero era el recreo, a media mañana o media tarde, según el horario docente, porque yo estudié la primaria de doce y media de la tarde hasta las cinco y media.  Por eso el recreo era un momento esperado que nos daba la sensación de libertad temporal al poder salir del pupitre, comer una merienda e ir al baño y todavía quedaban unos minutos para bromear y acordar alguna aventura con los compañeritos.  Y cuando decían "recojan", entonces la libertad ya era total hasta el día siguiente.  

La salida de la escuela me recuerda el experimento de medición del tiempo que demoraba la gente en evacuar un edificio ante un ataque nuclear y el que demoraban cuando llegaba la hora de salida.  No hay nada que gane en velocidad al hombre sino el momento en que se siente libre de una obligación.

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Las vidrieras

En todas partes las había, probablemente en todas las esquinas, solas o dentro de otro comercio, algunas exhibían cientos de artículos diferentes como golosinas, cigarrillos y tabacos, artículos de aseo y belleza, revistas y otros artículos, mientras se mostraban algunas más misteriosas, que casi no ofertaban nada y nunca veíamos que nadie comprara nada, y no imaginábamos siquiera que fueran las más rentables porque eran lugares donde se apuntaba o jugaba la charada o bolita y la vidriera no era más que una pantalla.  Los que no fallaban allí eran los policías de la roda del barrio, que iban asiduamente a ver si había algún problema y a recoger su parte.


Otros recuerdos, ya de mayorcitos

Como es lógico, fuimos creciendo y a la vez aumentando nuestra sed de conocer lo que no supimos de niños.  Pero no teníamos ni idea de que nos esperaba un mundo completamente diferente al que conocíamos.

Así abordamos el enigma del sexo, aprendimos de dónde vienen los niños y el invento de la cigüeña, el embuste de los Reyes Magos y otras cosas que nos resultaron decepcionantes.   ¿Cómo era posible que nos hayan podido engañar durante tanto tiempo?.  Y lo peor, no habernos dado cuenta.

Muchos, cuando nos dijeron que los Reyes Magos eran los padres, nos quisimos fajar, y cuando una prima mayor que nosotros nos enseñó cómo le habían crecido los senos y que ella no tenía pipi como nosotros, nos llenamos de asombro, al igual que cuando alguien mostró una pluma famosa en aquellos años en donde aparecía una mujer en trusa y cuando la rotábamos se quedaba desnuda, o la primera revista Can Can con mujeres como Dios las trajo al mundo pero más creciditas, todo ello como parte del despertar de la carne y la acción de las hormonas.

Y seguramente todos recordamos cuando por presumir delante de las muchachas, le dimos una cachada a nuestro primer cigarro. Ya la edad nos aconsejaba dejar atrás los tabaquitos de chocolate y pasar a los de verdad.  Y todo ello porque era una convención social el fumar y era un práctica que veíamos en todas partes y de la que la propaganda estaba saturada, en los hombres era un símbolo de hombría y en las mujeres de distinción, en las películas, la televisión y en todas partes la gente fumaba y los ceniceros pululaban por doquier y en particular los cines fueron nuestros primeros fumaderos.  Por ello muchos, la mayoría tragamos humo durante muchísimos años y derrochamos en destruir nuestra salud, miles de pesos que podíamos haber dedicado a otras cosas. Ahora sabemos el daño que hace el fumar y en nuestro cuerpo sentimos las secuelas de ese veneno.  Realmente no se como adquirí ese vicio porque en mi casa nunca nadie fumó, de ahí la influencia social en lo bueno y sobre todo en lo malo.

Y una salvedad, en la escuela Redención donde estudié, jamás vi un cenicero ni ninguno de los profesores o auxiliares fumando, por lo que de cierta forma estaban adelantados a su tiempo en ese sentido.

Y qué decir de cuando nos salieron los primeros pelitos en el bigote, estábamos desesperados por tener un tremendo bigotón como el del tipo del Linimento Sloan o el del famoso personaje Bigote e’ Gato.  Aquello era un deseo comparable a tener un pantalón sin pliegues y sin bajos y un pelado tipo alemán.  O tener un buen reloj.

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Los mandados

Los niños éramos los encargados de hacer los mandados, por lo menos para las compras del día, es decir, ir al puesto de chino y traer cebolla, ají, tomate, ajo, viandas o alguna verdura; después ir a la carnicería a comprar la carne que se consumiría ese día, es decir casi siempre falda para las sopas y potajes, porque había que almorzar y comer con un entrante que eran esos platos, o principalmente palomilla para el plato principal y nunca comprar picadillo porque en ese podían intercalar mucho pellejo por lo que se hacía en casa, y de paso comprar piltrafa o bofe o huesos para los gatos y perros; ir a la panadería a comprar las flautas de pan de manteca o de agua o el tan gustado pan polaco y finalmente ir a la bodega.

En la bodega tradicionalmente no se pagaba con dinero, se llevaba una libretica donde el bodeguero apuntaba lo consumido, y eso no fallaba, ni te apuntaban de más ni tu cuestionabas nada porque la lealtad y la honestidad era una divisa para todos y el que no la cumpliera perdía como decía el dicho: "güiro, calabaza y miel". Ahí se hacía el grueso de la compra y yo aprovechaba y cuando tenía un par de centavos no me fijaba en los numerosos frascos de cristal conteniendo caramelos, galleticas, queques, besitos de chocolate y otras golosinas, iba directo para donde se guardaban los camarones secos y por dos centavos tenía un montón de ellos.

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La pérdida de la imaginación

Tristemente los juegos tradicionales, que son patrimonio de la humanidad y que se han ido transmitiendo de padres a hijos, se ha ido perdiendo ante el avance casi total del papel de la tecnología en la sociedad, amenazando sobre todo el papel de primer orden que representa la imaginación en los niños.   

Es precisamente el predominio tecnológico el que ha abierto una brecha entre los niños de ahora y los niños que un día fuimos, cuando cualquier juguete, el más humilde o elemental, era atesorado y con el que pasábamos horas jugando.   Antes cogíamos un primitivo carro de hojalata e imaginábamos luces y sonidos junto con el movimiento que le impregnábamos.  Ahora todo viene con movimiento, luces y sonidos de todo tipo incorporados, no dejando nada a la imaginación.

Nos parecen magníficos pero es lo mismo que ocurre cuando en vez de leernos un libro y visualizar en nuestra mente lo que ocurre, que tiene infinitas lecturas, una en cada persona, es sustituido por la visión personal de quien se basa en ese texto y crea una película.

Los niños en todas las épocas, han tomado de ejemplo o modelo a sus mayores, imitando lo que ellos hacen.  Es por eso que no podemos aspirar a otra cosa, sino a lo que dijo Einstein, una generación que se acerca a pasos agigantados al imbecilismo.  No es absoluto, pero es aterrador.

Eso ocurre porque hoy se ve ridículo o extemporáneo y hasta antiguo el cumplir aquellas normas estrictas que todos cumplíamos en la casa, en la escuela y en la calle, que no violábamos jamás, acerca de saludar, dirigirnos correctamente a las personas mayores y levantarnos cuando llegaran visitas a la clase.  Y a nadie se le ocurría decir malas palabras delante de sus familiares o de otros adultos.  Ahora hasta las niñas dicen cosas que solo  hemos dicho en la intimidad y al dirigirse a nosotros no nos tratan de usted, sino de: “puro”.

Por eso vuelvo, aún sin quererlo, a la vieja frase de "cualquier tiempo pasado fue mejor", a pesar de los pesares.

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Un olvido que no puedo dejar pasar: los carretones

Si hay algo que nos impresionaba mucho eran las carretas.  Tiradas por caballos, yeguas o mulos, con sus campanillas sonando, nos avisaban que venía un carretón que normalmente llevaba carbón, con lo que entonces cocinaba mucha gente.  El carbonero estaba tiznado casi completamente y cuando nos mandaban a llevar un cubo o algún depósito para coger el carbón, al menos yo me disgustaba porque me parecía que iba a quedar igual que el carbonero, aunque no era así.  Hasta pensaba que si el hombre estaba tan sucio es porque aquello no se limpiaba.

Pero en los meses de verano, cuando venía la estación donde maduraban los mangos, entonces aparte del carretón de carbón venía el de los mangos.  

Aunque varía según las lluvias o el viento, la producción de mangos por lo general era muy elevada y en Cuba se mostró como una planta muy productiva al tener las mismas condiciones climáticas que la India de donde es originario.  Pero los injertos propiciaron nuevas variedades y en Cuba eran famosos Delicias, Haden y Super Haden, mango Macho, mango Señora, Mayebe, San Felipe, Toledo, Corazón, Santa Cruz, el mango Manzano, el mango Mamey, mango Jobo, la Manga blanca y el Filipino, estos tres últimos los menos atractivos para mí.   Todos hablaban del mango Bizcochuelo y de los mangos de El Caney en Santiago de Cuba, pero ese no lo conocimos entonces, y en los carretones se ofertaban los mangos de todo tipo que ya estuvieran maduros.

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El carretón pasaba por la mañana temprano y los que menos teníamos no comprábamos nada, pero a su regreso al atardecer, cuando ya necesitaba liquidar lo que no había vendido y bajaba todos los precios, entonces era cuando escogíamos lo mejorcito de lo que quedaba y a veces hasta nos regalaban dos o tres mangos de los que habría que botar si no se vendían ese día.  

Un suceso que muchos quisiéramos se repitiera en nuestros días.







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