jueves, 11 de julio de 2019

Curiosidades arquitectónicas en Cuba


Curiosidades arquitectónicas en Cuba

Ya hemos tratado el tema de algunas de las más importantes obras arquitectónicas y de la ingeniería civil en Cuba, tales como el edificio Focsa, el edificio Bacardí, el puente de Bacunayagua, el viaducto de la Farola, la Carretera Central, el Capitolio Nacional, la Catedral de La Habana, el Acueducto de Albear, el Sifón del Alcantarillado habanero, el Túnel de La Habana, entre otras.

Todas estas obras son únicas por su dimensión y sobre todo por las soluciones técnicas empleadas y porque han superado el tiempo convirtiéndose en alegorías de nuestro país.

La Habana hoy en día es como una máquina del tiempo que nos transporta a los momentos en que se realizaron esas obras, en particular cuando observamos las numerosas muestras del estilo art-decó que se mantienen a pesar de todo.  Pero en Cuba se observa la influencia de las más importantes corrientes arquitectónicas del mundo y hay muchas curiosidades que son poca conocidas y de algunas de ellas vamos a referirnos hoy.

Seguramente en algún momento las hemos visto, pero no hemos profundizado en su origen y otras particularidades de ellas.  La primera de las que voy a citar la vi la primera vez que fui al puerto de Mariel y al verla recordé entonces que esa construcción, tan pintoresca, la había visto en una revista de la National Geographic de los años cuarenta.  Y de verdad que vale la pena conocer más de ella.


El Castillo de Rubens, una imponente fortaleza que custodia el puerto  del Mariel

Mis primera visión del lugar mostraba una majestuosa escalinata completamente abandonada.

Y lo cierto es que en lo más alto de la colina de La Vigía se mantiene el imponente Castillo de Rubens dominando la geografía del famoso puerto.  No existe otro castillo en Cuba con las características de este, de estilo ecléctico, con cuatro pisos y un patio interior.

El origen de esta magnífico palacio de estilo medieval se debe a que el abogado norteamericano Horacio Rubens, amigo de José Martí y que apoyó la causa independentista cubana, se enamoró del lugar y acometió su construcción.

Rubens, cuyo verdadero nombre era Harry Schoem, se había hecho cargo de la defensa de los tabaqueros cubanos emigrados de Cayo Hueso encarcelados por haber decretado una huelga, fue un gran colaborador de la Junta Central Revolucionaria de Nueva York y asesor legal del Partido Revolucionario Cubano en Estados Unidos y por su apoyo a la causa le fue otorgado el grado de Coronel del Ejército Libertador.  Pero no era precisamente un romántico e invirtió su fortuna en la naciente república y tuvo la idea, al verlo terminado, de convertirlo en un casino, pero el gobierno del entonces presidente Alfredo Zayas, no dio la aprobación. Rubens se desempeñaba como abogado de los monopolios norteamericanos que se establecieron en Cuba, con los que tenía mucha vinculación, pero ni ello le valió para inaugurar el casino.

De modo que lo convirtió en casa de vivienda probablemente la única con esa forma en Cuba, en el más puro estilo de un castillo feudal.  Más tarde se quiso convertir en un leprosorio, pero los problemas con el abastecimiento de agua hicieron desechar la idea.  Es en 1912 cuando una millonaria habanera, Claudia Lamar, compra el lugar, pero tampoco vivió allí, por lo que en 1915, el presidente Mario García Menocal ordena expropiar la propiedad a sugerencia del jefe de la recién creada Marina de Guerra de Cuba, para instalar en ella la Academia Naval.

La tripulación del crucero Cuba, que había sido construido en 1911 en los astilleros de Filadelfia, Pennsylvania, fue asignada a acondicionar el castillo de Rubens para la Academia Naval, la cual fue inaugurada el 10 de octubre de 1916.  Dos décadas más tarde la propia Marina de Guerra construiría la gigantesca e impresionante escalinata de 264 escalones y doce descansos que da acceso al edificio, nuevas instalaciones y ampliación.

Hasta la década de 1960 la Academia Naval radicó en ese lugar, quedando abandonada y después fue traspasada al gobierno municipal del Mariel, pero se ha deteriorado y no se ha derrumbado por la solidez de su construcción y sus cimientos.  Se dice que los corrimientos de tierra de la colina donde está asentada han provocado la destrucción de la escalinata, pero realmente han sido las explosiones por la actividad minera en lugares cercanos responsables de deslizamiento de rocas, que también dañó el sistema de abastecimiento de agua potable y el de aguas albañales, lo que sumado al desinterés y la desidia son los responsables de ello.

La Academia Naval del Mariel fue históricamente una de las instituciones docentes militares más prestigiosas del país, en donde se impartían conocimientos de Náutica, Mecánica, Comunicaciones, Lucha Antisubmarina, Aviación Naval y Artillería.   También allí se formaban los oficiales de la marina mercante cubana, altamente profesionales.

Es en esa época donde un ignorante director destruyó y mandó a quemar, al estilo de los nazis valiosísimos ejemplares con que contaba la Academia.   La Biblioteca contaba con valiiosos títulos, enciclopedias, textos navales, mapas, colecciones de revistas como la National Geographic Magazine desde su primer ejemplar, la revista de la Annapolis Naval Institute, lo que sumados a ello contaba con un museo ictiográfico, se dice que uno de los más completos del mundo, que eran ampliamente utilizados por los alumnos y eran halagados por los familiares de los mismos.

El improvisado y analfabeto director, con su uniforme verde olivo, el que impuso a los alumnos,  no el de la Marina, sustituyó a los históricos y capacitados profesores, introdujo planes de estudio copiados de los soviéticos, valiosos en un sentido y carentes de las particularidades de nuestro clima y mares, quemó los libros y revistas, desmanteló la colección de peces, moluscos y maquetas y horadó la loma con túneles cuyo objetivo todavía no se sabe

Tras décadas de abandono y como resultado del esfuerzo de la revolución para destruir este símbolo republicano, sólo se mantienen las antenas que han instalado en el Polígono y que son empleadas para evitar que las señales de radio y televisión Martí lleguen a los cubanos.  Este edificio fácilmente pudiera haber sido declarado como un Patrimonio de la Humanidad debido a su historia y su arquitectura única en Cuba.

Las Columnas de Hércules de Cuba 

Si le preguntas a cualquier habanero cuáles son y dónde están situadas las Columnas de Hércules, probablemente no encuentres a nadie que pueda responder, salvo un arquitecto bien documentado.

Todos las hemos visto cientos o miles de veces, pero ignoramos su historia.

Las Columnas de Hércules son un interesante tema de la mitología griega y han tenido un importante significado histórico y geográfico, ya que con este nombre se designaba el fin del mundo conocido por los griegos y los romanos, el punto geográfico que delimitaba la tierra y los mares que habían sido descubiertos y navegados hasta entonces y más allá de ellas estaba lo desconocido.

Estas columnas, no existentes como tal, sino como referencia, están situadas en el Estrecho de Gibraltar, ya que la leyenda cuenta que Hércules separó una cordillera para abrir paso al mar y así se nombran dos puntos que sellan el mundo conocido. La primera columna fue llamada  llamó Calpe, es el Peñón de Gibraltar, y la segunda, llamada Abila pudiera ser el Monte Hacho en Ceuta o el Monte Musa en Marruecos.

Y en Cuba, una de las más preciadas posesiones españoles, no podía faltar un símbolo parecido, acomodado a los intereses peninsulares.  Es por ello  el capitán general Miguel Tacón y Rosique como parte de su plan de obras públicas destinado a convertir a La Habana en la ciudad más elegante de América. Tacón realmente se destacó con un buen gobierno en obras públicas y un mal gobierno por sus actos despóticos y el fomento de la trata de esclavos.

En esos tiempos el intendente Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, se había dedicado a dotar a La Habana de monumentos destacados y cuando inauguró la fastuosa Fuente de la India, Tacón se vio urgido de hacerle una competencia tal que lo superara, por lo que proyectó una obra que representara el poderío de la corona española.  Esa fueron las Columnas de Hércules que hizo levantar en el inicio del Paseo de Carlos III, lugar donde a diario transitaban miles de personas, en particular la aristocracia en sus paseos hasta el Castillo del Príncipe.

De manera que mandó a erigir las Columnas de Hércules a la entrada del Paseo de Carlos III que conducía hasta el Castillo del Príncipe, uno de los preferidos por la aristocracia habanera para pasear en volantas. En ellas mandó a grabar en latín (“non plus ultra”) la leyenda: “Hasta aquí llega España”, un recordatorio claro para los criollos de quién era el que mandaba en la isla de Cuba. En el centro de las columnas mandó a colocar una estatua del rey Carlos III.

Con el tiempo y el desarrollo del transporte automotor y la necesidad de contar con vías adecuadas para ello, la estatua del rey fue retirada y ubicada junto con su pedestal original en la Plaza de Armas.

Tacón fué un gobernante absolutista y como tal, arbitrario en grado sumo, muy vengativo y que dividió a los habitantes de la Isla en dos castas: los buenos y los malos.  Los buenos eran los españoles y los malos los criollos, aunque fueran hijos de peninsulares. Fue un gobernante soberbio, caprichoso y mal intencionado con los hijos de Cuba y con ello le echó combustible a la llama de la independencia. 

Tacón dejó para la posteridad dos obras que no las hizo él, el Teatro Tacón, construido en la esquina del Paseo del Prado y San Rafael, donde está hoy el Gran Teatro de La Habana, que se nombró Tacón por adulación al capitán General por su amigo Francisco Marty, un empresario negrero catalán analfabeto que con la trata de esclavos se había hecho rico; el Mercado Tacón, conocido por todos como Plaza del Vapor y situado en la manzana entre las calles Galiano, Reina, Dragones y Águila, donde también aparecía la mano de Marty y que tras un incendio en 1872, se reconstruyó y perdió el nombre de Tacón, por lo que su legado no deja mucho trigo.

Al final el Conde de Villanueva venció ampliamente en el duelo de obras públicas mantenido con el Capitán General Tacón.

Mientras que la Fuente de la India se mantiene como uno de los símbolos inconfundibles de La Habana, las Columnas de Hércules siguen en pie pero casi nadie pueden explicar su presencia ni origen, y mucho menos identificarlas con el detestable gobernante al que la corona española le daba títulos y cargos a pesar de que huyó como un cobarde desde Colombia hasta Perú.


La mujer de Batista y el Cristo de La Habana

Marta Fernández Miranda, hija de los emigrantes gallegos Ramiro Fernández Ledo, ambos de Lugo paseaba una mañana primaveral de 1943 por Marianao cuando un carro elegante que circulaba a mucha velocidad, la impactó.  El carro se detuvo y sus ocupantes la auxiliaron, la llevaron al hospital y su propietario se encargó de los gastos médicos y tratamiento y se interesó a diario por su evolución.

El automóvil era el del Presidente de la República, Fulgencio Batista, entonces del doble de la edad de Marta, que tenía veintidós.  Batista, casado y con tres hijos, se enamoró de la mujer que el destino había puesto en su camino y dos años más tarde se casó con ella.

Batista era de extracción social muy humilde, un hombre rudo y primitivo que tenía una inteligencia natural que supo aprovechar y a base de esfuerzo fue adquiriendo cultura, tuvo en Marta una persona que influyó mucho en su desarrollo como persona.  Marta fue mecenas de las artes cubanas, construyó la Galería Nacional, ahora Museo Nacional de Bellas Artes y creó la Organización Nacional de Dispensarios Infantiles (ONDI) y la de Rehabilitación de Inválidos (ORDI) que erigieron hospitales infantiles y para inválidos de La Habana y Bayamo y promovió la creación de los comedores populares.  A su vez colaboró en el éxito en varias del centenar de empresas que poseía Batista.

Se hizo propietaria del Banco de Fomento Comercial al 50% con el testaferro de Batista, Pérez Benitoa, poseía el 80% del Banco Hispano Cubano y la mayoría de las acciones de Agrícola Defensa, una compañía azucarera de Las Villas que empleaba a tres mil personas, tenía diez caballerías de tierras propias y molía dieciocho millones de arrobas de caña al año.

No obstante, Marta era no solo esposa, sino cómplice y consejera de Batista, al cual le dijo que el golpe de Estado del diez de marzo de 1952 había sido un error.

Marta era muy religiosa y a partir del ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957 por los integrantes del Directorio Revolucionario, simultáneo al de la emisora Radio Reloj en que anunciaron la muerte del dictador Batista y llamar a la insurrección, hizo una promesa para agradecer a Dios haber salvado la vida de su esposo.

Su religiosidad y su amor por Batista la llevaron a erigir el majestuoso Cristo de La Habana que, desde la cima de la Loma de la Cabaña, es visible desde cualquier punto de la ciudad. 

La escultura da la bienvenida a quienes llegan a la ciudad por la bahía habanera y parece que bendice a la ciudad y lo ha hecho por más de medio siglo. Y aunque muchos dicen que se parece al Cristo del Corcovado en Río de Janeiro en Brasil, este tiene peculiaridades muy propias de los cubanos.

Se le encargó a la escultora Jilma Madera. la que la proyectó de veinte metros de alto, quince menos que lo que se deseaba, pero que no estaba acorde con la poca elevación de la colina donde se asentaría.  Se construyeron las piezas en Italia, en mármol de Carrara, con una mano en el pecho y la otra en alto bendiciendo.  Comenzó a montarse en septiembre de 1958 y concluyeron el 25 de diciembre de 1958. a una semana del triunfo de la revolución.  Con una base de tres metros, su altura se elevó a cincuenta y un metros sobre el nivel del mar y con un peso de seiscientas toneladas, de ellas sesenta y siete piezas de mármol con un peso de trescientas veinte tonelada

El Cristo de La Habana según lo concibió la escultora, tiene los ojos vacíos para dar la impresión de que mira a todos desde cualquier lugar, sus pies llevan unas chancletas, idénticas a las que calzaba Jilma Madera y en la base de la figura, la escultora enterró objetos de la época como periódicos y monedas.

Pero no se tuvo en cuenta que la escultura estaba en un lugar elevado y descampado, a una altura importante, y en 1961 un rayo la impactó y perforó su cabez, lo que pudo ser reparado, pero años más tarde otras descargas la alcanzaron, hasta que finalmente le ubicaron un pararrayos.

La hija de los emigrantes de Lugo la inauguró el 25 de diciembre de 1958, seis días antes de verse obligada a huir de Cuba. Pero al margen de su origen y significado religioso, es sin duda una de las obras más impactantes que podemos encontrar en la capital, y como tal ha sido designada Monumento Nacional.


Oriental Park

Oriental Park era famoso no solo en Marianao, en La Habana o en Cuba, trascendía nuestras fronteras y por ello en la instalación, aparte de hipódromo, se realizaron eventos deportivos de talla mundial, como la que se denominó pelea del siglo del boxeo en 1915 entre los campeones Jack Johnson, el primer negro en ganar ese cetro en los pesos pesados, y Jess Willard, llamado la gran esperanza blanca y la que pasó a la historia como un escándalo donde Johnson se dejó ganar de forma evidente en el round veintiséis, algo inconcebible hoy en día, no se si fue porque vendió la pelea o por temor a represalias raciales.

A Oriental Park, lo visitaron todos los presidentes de la Cuba republicana, estrellas de cine  como Errol Flynn, Rita Hayworth y Kirk Douglas, capos de la cosa nostra como Meyer Lansky, George Raft o Lucky Luciano y grandes empresarios y personajes relacionados con las carreras de caballos del mundo, principalmente de Estados Unidos.

El Oriental Park ocupaba las tierras que se extienden desde la calle 102 hasta 112 y 114,y desde la avenida 61 hasta la línea del tren de Guanajay.   Contaba con una pista de una milla terrestre, unas graderías con capacidad para ocho mil espectadores, un Jockey Club y unos jardines hermosísimos.  El Jockey Club era la instalación más lujosa, donde se realizaban bailes, fiestas de cumpleaños, quince y bodas.  A cien metros de una de las entradas del hipódromo se encontraba La Mansión, que funcionaba como hostal donde se hospedaban los jockeys y aficionados a ese deporte.

Inaugurado en 1915, se llamó primero Havana-American Jockey Club y llegó a ser considerado el mejor de las Américas y en él compitieron lo más selecto de caballos y jockeys.  Allí solamente corrían caballos pura sangre y las carreras se efectuaban todas las tardes, tres meses al año, desde mediados de diciembre hasta marzo, en la llamada “temporada de invierno” cubana. Los grandes criadores norteamericanos acostumbraban a traer sus magníficos caballos a competir para prepararlos para la temporada alta en su país, sobre todo en el Kentucky Derby o el Preakness Stakes.

Allí también se desarrollaron carreras de carros y de motocicletas, todo en la pista de tierra, pero no tuvieron continuidad..

La playa La Concha, el Casino Nacional y el Oriental Park formaban un tríptico de juego y diversiones en Marianao que eran controlados por el bufete de José Manuel Cortina-Carlos Miguel de Céspedes-Carlos Manuel de la Cruz, al que se incorpora Amleto Battisti, el propietario del Cuban American Jockey Club, con sede en el hipódromo; un club privado para los aficionados a las carreras de caballo que pagaban cuota, y que ofrecía servicio de bar y restaurante, baile y sala de juegos a sus abonados. En 1937 Meyer Lansky se hizo del control del hipódromo y el casino y las mesas de juego del “Jockey Club” se encontraban administrados por asociados a la “Cosa Nostra”.

El barrio tenía ahora mucha más vida, muchos iban al Hipódromo a trabajar, vivían gracias a la existencia de ese centro, desde los veterinarios, los entrenadores, los  caballerizos, los que atendían la pista, los electricistas, los trabajadores de la imprenta, los del Jockey Club.y de negocios que había proliferado tales como bares, cafeterías, bodegas y tiendas obtenían una parte considerable de sus ganancias del público que salía cada tarde del Oriental Park y pasaba por estos sitios a comer y beber.

Pero el concepto predominante era que revolución implicaba cambiarlo todo, y que el hipódromo generaba muchos ingresos pero era un centro de vicio por las apuestas y había que acabar con el juego.

El hipódromo Oriental Park, en Marianao, orgullo de Cuba y de América,  es ahora un depósito de camiones.  Se quiso acabar con el juego y las apuestas en Cuba y lo único que lograron fue acabar con el florecimiento económico que el lugar le trajo a sus alrededores.

El 5 de febrero de 1967 la gente del barrio de Los Quemados se enteró de que el Oriental Park ponía fin a sus actividades de forma definitiva y que la tarde anterior se habían efectuado las últimas carreras.  El Hipódromo, según cuentan los vecinos, se llenó hasta el último día.  En la comunidad el impacto fue similar a cuando en Minas de Matahambre fue cerrada la mina de cobre que le daba vida al pueblo, o cuando cerraron los centrales azucareros y los bateyes quedaron desconsolados, se había ido su principal fuente de ingreso y una fuente de entretenimiento para muchos.

Con la tristemente famosa “Ofensiva Revolucionaria” de 1968 en el barrio fenecieron los  negocios, y el período especial en los 90 les dio el tiro de gracia que habían sobrevivido, aunque maltrechos.

En el mismo barrio en que se disfrutó de un espectáculo tan fascinante como las carreras de caballos y de un centro de referencia en el continente como el Oriental Park, ahora barrio considerado marginal, hoy en día sigue proliferando el juego como en sus días de mayor esplendor.  Ya no hay casinos, ni ruletas, ni máquinas tragamonedas, pero la gente masivamente juega cualquier juego al interés, la bolita es un negocio bien aceitado y en cualquier parte clandestinamente hay crueles peleas de perros, carreras de caballos o de carros y peleas de gallos.

Acabaron con una joya, como era Oriental Park, y ello no valió de nada.



La torre Eiffel de Santa Clara.

La Torre Eiffel, inaugurada en 1889 para la Exposición Universal de París, se constituyó en un  ícono de Francia que atrae a millones de turistas de todo el mundo y que es visita obligada a todo el que va a París.

A su vez la Torre Eiffel es la edificación más imitada en el mundo, de la que existen réplicas a diferentes escalas en muchas partes del mundo, tales como en Tokio, Japón; Las Vegas, Estados Unidos; Hangzhou, China; Praga, República Checa; Alsacia, Francia; Sucre, Bolivia;  Shanghái, China; Sidney, Australia; Varna, Bulgaria; Brisbane, Australia; Tegucigalpa, Honduras; La Paz, Bolivia; Parizh, Rusia; Naqura, Líbano; Brasília, Brasil; Slobozia, Rumania; Monte Gorbea, País Vasco; Riga, Letonia; Vinces Ecuador; Tennessee, Estados Unidos; Sofía, Bulgaria; Lahore, Pakistán; Atenas, Grecia; Orlando, Florida; Durango, México; Paris, Texas, Estados Unidos; Sidney, Australia; Berlin Radio Tower, Alemania; Torre del Reformador, Guatemala, Guatemala; Tianducheng, China y otras más.

Pero la Torre Eiffel tiene algo que ninguna otra puede tener: está en París, pero a falta de pan, casabe, por eso la han imitado tanto.

Y destaca entre ellas la Torre de Tokio, construida en 1958 y pintada de rojo y blanco, colores que la identifican y es la única que superan el tamaño de la original con trescientos treinta y tres  metros de altura y que también es símbolo de la ciudad.

Pero los cubanos no podemos ser menos que nadie y también tuvimos nuestra Torre Eiffel, en este caso en la ciudad de Santa Clara. La torre santaclareña era modesta y contaba con unos veintiocho metros de alto y siete de ancho y probablemente haya sido una de las primeras réplicas de la colosal obra, admirada en el mundo entero.

En febrero de 1895 en Cuba era inminente el comienzo, por tercera vez, de las guerras por la independencia nacional con un alzamiento contra los colonos españoles.  Poco tiempo antes se había inaugurado el sistema de alumbrado eléctrico en la ciudad y como parte de los festejos para celebrarlo, se decidió construir una reproducción de la torre Eiffel de París, la que se colocaría sobre el obelisco de los sacerdotes, situado en el Parque Vidal, en honor de los benefactores, los curas Juan de Conyedo y Francisco Hurtado de Mendoza.

La conocida filántropa y patriota natural de Santa Clara, Marta Abreu, había solicitado al Ayuntamiento el permiso para instaurar una planta eléctrica que permitiera sustituir el alumbrado de gas, lo que fue aprobado y concedido a una famosa empresa francesa.

Cuando todo estuvo listo, el pueblo santaclareño quiso agradecer a su benefactora con un homenaje en el parque central de la ciudad. Casi al momento del encendido de las luces, y el comienzo de los festejos, el gobierno español temeroso  de que los insurrectos aprovecharan la ocasión para una protesta, suspendió la ceremonia.

Los villareños no renunciaron a la celebración y engalanaron la Plaza con arcos de triunfo y los escudos de los municipios de la provincia de Las Villas, pero la mayor sorpresa de los santaclareños fue la réplica a escala de la Torre Eiffel que se colocó en el centro del parque.

Ramón Cornelio Berenguer, un ingeniero de la localidad, la construyó toda de madera y la modeló con yeso a un costado del Teatro la Caridad.  Para hacerla más hermosa fue decorada con veinticinco mil flores de papel y le situaron bombillas eléctricas en el centro, encendidos con la energía eléctrica de la nueva planta.

Las autoridades españolas, nerviosas por el movimiento insurreccional, presionaron para que se destruyera la réplica de la famosa torre símbolo de París, y hasta consideraron que era para comunicarse los conspiradores mediante señales desde la misma.  Estuvo en pie varias semanas, lo que permitió que quedara constancia gráfica de la curiosidad.  Una vez comenzada la Guerra de Independencia, el 24 de febrero de 1895, la demolieron y Marta Abreu tuvo que partir al exilio, hacia París, donde vivió observando la Torre original y recordando su tierra.

La herencia andaluza en Camagüey

Santa María del Puerto del Príncipe, la tercera villa fundada por el adelantado Diego Velázquez en la conquista de Cuba,  es conocida por Camagüey.

Cuando a un cubano le hablan de Camagüey, se acuerda de muchas cosas: de sus magníficos rebaños de ganado productores de carne y leche de primera, sus exquisitos quesos, la elegancia de sus habitantes, la belleza de sus mujeres y su gran producción azucarera, se le llamó la "Ciudad de la iglesias" por la abundancia de templos religiosos católicos, pero por sobre todas las cosas, Camagüey es la tierra de los tinajones,el elemento más representativo y simbólico que caracteriza a la ciudad.

Decir “tinajón” es el símbolo de Camagüey y ¿por qué fue ese lugar y no otro la tierra del tinajón?. 

Muy sencillo: por los andaluces.

El botijo, tradicional en gran parte del sur de España, es un recipiente de barro cocido diseñado con el fin de conservar agua fresca y en los más pequeños para beberla.  Tiene un principio física muy interesante, ya que al evaporarse el agua exudada, ella extrae parte de la energía térmica del agua almacenada dentro del botijo y la deja fresca.

La botija más parecida al tinajón camagüeyano es la botija de carro o botija de carretero, destinada a conservar agua y que tiene un cuerpo en forma de globo y con uno de los lados plano para que pueda encajar en el carro o en un lugar fijo.

El tinajón, como muchas cosas y costumbres en Cuba, llegó al Camagüey de la mano de los emigrantes andaluces, los que trasladaron a esa villa la vasija de Andalucía.  En el sur de España desde épocas inmemoriales se utilizaban para transportar granos, vinos y otros productos, así como para agua.  Es muy probable que los primeros que llegaron a la villa de Puerto Príncipe contuvieran, precisamente, algunas de esas mercancías, pero pronto los camagüeyanos descubrieron una utilidad mayor y resolver una necesidad de primera importancia:  utilizarlos como aljibes para almacenar agua y las arcillas de muy buena calidad abundantes en la zona ayudaron a crear una industria tan necesaria.

En Camagüey el agua era escasa, así que recoger la que caía del cielo,lo que en algunas estaciones del año no era mucha y en otras muy abundante, era casi una necesidad de vida o muerte.

Recurrieron a una solución muy ingeniosa recoger el agua enterrando los tinajones en los jardines hasta la mitad del recipiente, justo debajo de los canales de madera o latón por donde corría el agua a través de las tejas de barro desde los techos. Cuando comenzaba la temporada de lluvia permitían que los primeros aguaceros arrastraran las impurezas y sólo después abrían los tinajones para recibir el vital líquido.


Después los tapaban o situaban en sus bocas telas de mosquitero para evitar que los insectos cayeran en su interior o los mosquitos los contaminaran con sus larvas. El agua almacenada en los tinajones era la que se utilizaba para cocinar y beber.

Cada casa tenía, al menos, un tinajón; y el número de estos era un indicativo del número de personas que vivían allí y de la riqueza de la familia que la ocupaba.

Todavía en el siglo pasado el tinajón siguió siendo utilizado en Camagüey como reservorio de agua y se convirtió en un elemento decorativo en todo el país como elemento decorativo en jardines y patios.  Se dice que en el año 1900 había en la ciudad más de dieciséis mil tinajones y se calcula que hoy quedan unos dos mil.  Pese a ello, sigue y seguirá siendo el emblema de Camagüey y perdurará le leyenda de que el que tome agua de tinajón, no se marcha de esa linda ciudad.


Las Estatuas de la Libertad, no en Liberty Island, sino en Cuba.

La Estatua de la Libertad es uno de los principales símbolos de Nueva York y lleva en sí los ideales de libertad política y democracia. El monumento fue un obsequio de Francia a los Estados Unidos con motivo del centenario de la Revolución Americana y abrió al público en 1886. 

Estos ideales de libertad, inspirados en la Revolución Francesa no se quedaron ahí y han sido la inspiración y aspiración de una buena parte de la humanidad.   Por supuesto que Estatua de la Libertad hay solo una, la original que tiene una base de 45 metros de alto y sobre ésta, se alza, con 46 metros de altura, pero hay una buena cantidad de copias en diversos lugares y sus réplicas más famosas son las de París, Francia, con 11.5 metros y muy cerca de la Torre Eiffel en la Isla de los Cisnes, desde cuya ubicación en el río Sena es posible fotografiar ambos monumentos a la vez (en París hay cinco ejemplares de la Estatua de la Libertad, de ellas dos originales de Bartholdi, más una réplica de la llama); en Florencia y en Salento, Italia; en el Panteón de Hombres Ilustres de Madrid, España; En China existen en Cantón, Huaxi, Shenzhen, Beijing, Shapingba y Shenyang; en Cancún, México,  y en Palizada, estado Campeche; en Japón también en Aomori, Ishinomaki y Osaka; en Alemania, en Wasserburg y dos en Berlín, una de ellas en el famoso Checkpoint Charlie; la sorprendente en campo abierto en Mulnamino-More en Irlanda; en Noruega en Karmoy, Bleik y Algard; en Perú en Lima y en Cutervo; en el Reino Unido en Leicester y en Lakenheath; en Tokio, Japón, en la isla artificial de Oidaba está la que se considera la mejor réplica y en Las Vegas, Estados Unidos, en el New York-New York Hotel & Casino, que también tiene otras réplicas de íconos de la Gran Manzana.  También existen otras más pequeñas pero con igual simbología en Campeche, México; en Río de Janeiro, Brasil; Valencia, Venezuela; Potosí, Bolivia  y en Buenos Aires, Argentina.  En 1950 un hombre de negocios natural de Kansas City, fundió 200 copias que distribuyó en todos los territorios de los Estados Unidos.

Pero lo que no conocen muchos es que en Cuba existen tres Estatuas de la Libertad: una en el centro y dos en oriente, pero eso no lo sabe casi nadie, porque casi nunca se dice.

En 1911 se ubicó en Remedios, en la provincia de Las Villas, una estatua de la Libertad, y el parque donde se situó a partir de entonces se le conoció como Parque de la Libertad. Originalmente se concibió en 1906 que estuviera en el mausoleo de los mártires de las Guerras de independencia pero se decidió trasladarlo a la plaza central de la ciudad.  Y como dato importante, la obra fue costeada con el aporte popular.

En Puerto Padre, Las Tunas, provincia de Oriente se emplazó en octubre de 1904 en el Parque de la Independencia, y es la más antigua de todas.  El pedestal donde se ubica dice que se inauguró en 1902, un timo histórico para relacionarla con el nacimiento de la república de Cuba, momento en que solo se puso la primera piedra.  Los fondos para construirla también fueron por suscripción popular y para honrar a los mártires de la patria y la realizó el escultor José Vilalta de Saavedra, famoso por sus obras del monumento a los estudiantes de medicina, las estatuas de las Tres Gracias en el pórtico del cementerio de Colón y la estatua de José Martí en el Parque Central de La Habana.

En el Parque Calixto García de Gibara existe otra que se inauguró en 1915 financiada con recaudo popular y donaciones de comerciantes e industriales de la localidad y cuenta con una inscripción con la siguiente frase: "Gibara tiene estatua porque se la merece", lo que molestó a algunos que decidieron taparla con otra placa que decía: “Gibara, a los libertadores de la Patria”.

Pero ahí no quedan las réplicas cubanas de la Estatua de la Libertad.  En La Habana también hubo una con una historia muy curiosa.

Por supuesto, después de la derrota de España y la intervención norteamericana en Cuba, la estatua de Isabel II en el Parque Central ya no pintaba nada, por lo que en marzo de 1899, el periódico El Fígaro, una de las revistas cubanas más representativas del siglo XIX y principios del siglo XX, propulsora de la prensa y la cultura nacional convocó a una votación para saber quién debería ser ubicado en el hasta entonces lugar de la reina de España, pero haciendo oídos sordos a los resultados de la encuesta, fue ubicada una escultura de la Estatua de la Libertad, similar a la de New York, la que fue inaugurada el 20 de mayo de 1902 junto con la república independiente.

Similar a la de Estados Unidos y hecha de calamina, solo duró hasta el 10 de octubre de 1903, cuando un ciclón la hizo pedazos, por lo que fue sustituida por la efigie de José Martí que conocemos como símbolo de ese céntrico parque.

Y lo curioso es que se convocaron a ciento nuevo personalidades para que dieran su opinión sobre quién debía ocupar ese puesto y todas escogieron a Martí, pero aludiendo a que era necesario democratizar la decisión, incorporaron a más personas y trescientas setenta y cinco determinaron que nuestro apóstol, e increíblemente trescientos setenta y uno por la estatua de la libertad.  Es decir que por solo cuatro votos Martí está en el Parque Central de La Habana.

Y todavía quedan muchas otras curiosidades arquitectónicas habaneras de las que hablar.











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